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La Razón
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Convoca la Iglesia española a la Fiesta de la Familia. ¿Por qué? ¿Acaso no existía la familia en la vieja Roma, en Egipto, en el Asia milenaria? Ignoro en qué medida la familia es hija del cristianismo. Quiero decir que no sé hasta qué punto la familia de la antigüedad pagana –con su aborto a mansalva o el cruel repudio de la mujer- o la lejana familia poligámica son la nuestra. La cuestión es que la tradición cristiana ha destilado un concepto de familia donde el valor de la vida de cada uno es absoluto, la fidelidad conyugal un bien, el perdón un requisito indispensable, el respeto un sine qua non. Nos conmovemos pensando en la familia porque es el ámbito donde podemos ser como somos, donde se nos quiere más allá de nuestros logros, donde experimentamos la gratuidad. No es un espacio infalible, pero es un espacio fiel. Y quien no prueba esto, al menos una vez en la vida, queda dañado para siempre.
Pero hay una creciente dificultad para repetir y transmitir lo que recibimos de nuestros padres y abuelos. Cada vez más rupturas, abortos, adulterios, agresiones. Seguramente existe una conexión entre la creciente debilidad de este concepto de familia y la ruptura europea con la tradición. Porque para ser fiel, respetuoso, generoso, hay que haber recibido fidelidad, respeto y generosidad. Y cuando los referentes se pierden, al ser humano le resulta imposible apostar por el ideal. Uno lucha cuando anhela un bien alcanzable, de lo contrario tira la toalla. Sólo puedes acoger al enfermo si intuyes que la experiencia te compensará. Sólo puedes aceptar un embarazo no deseado si percibes que la fuerza de la vida se impondrá a los sinsabores. Sólo puedes luchar contra el adulterio si te compensa el amor fiel. Cuando la perspectiva de todos esos bienes tangibles se pierde, se pierden a la vez las ganas de combatir. Y acontece, por ejemplo, lo que dicen los viejos: «Es que ahora se separan por un quítame allá esas pajas». Por eso, para aquellos navegantes deseosos de recuperar la familia y sus placeres, cabe sólo volver a la fuente. A ese niño pequeño que nace en Navidad y al lugar donde se encarna misteriosamente, su Iglesia. No, no es casualidad que sea la Iglesia la que acabe defendiendo la familia.