Caso Marta del Castillo
De la luz de los flashes a dormir bajo el techo de lona
Ayer fue la mañana de los valientes. Se lo decían a gritos a las puertas del Tribunal Supremo a Antonio Meño, que, tras 21 años en coma por una presunta negligencia médica durante una rinoplastia, acudía postrado en una camilla a la Sala Primera de lo Civil porque su caso puede dar un vuelco –aunque, desgraciadamente, sólo sea en lo relativo a la Justicia, ya que su situación de coma es irreversible–.
Y se lo decía también la madre de Meño, Juana, al nuevo testigo del caso, Ignacio Frade. Llevan un año y cuatro meses acampados en la plaza Jacinto Benavente, en pleno centro de la capital, y nadie les ha hecho demasiado caso. Ayer, todo era expectación y «flashes», pero ellos (Meño, de 42 años y sus padres) volvieron a dormir, como cada día, bajo un techo de lona tras salir del Tribunal. Pese a ello, fue un día crucial.
Lo que contó ayer ante el juez el que fuera ayudante de cirujano durante la operación de Meño (en 1989) nada tiene que ver con la versión que dio en su día el anestesista y gracias a ella, el Alto Tribunal ha admitido un recurso de revisión de sentencia firme.
Frade declaró ayer ante el magistrado que el anestesista de la víctima, Francisco G. M., no comprobó que el tubo que le permitía respirar durante la intervención estética estaba desconectado, lo que provocó que sufriera «una apnea transitoria que le llevó a un daño cerebral». El que fuera médico aprendiz relató que cuando la operación estaba a punto de terminar, el joven sufrió una alteración del ritmo cardíaco. «El anestesista no estaba y se avisó a la enfermera auxiliar para que le llamara. A los pocos minutos llegó. Le levantó los paños y comprobó que el tubo de anestesia a través del cual respiraba estaba desconectado. Dijo: "¡Dios mío, está desconectado!"».
Hasta ahora, la Justicia había desestimado la demanda de negligencia médica basándose, según el abogado de la familia, Luis Bertell, en que «el paciente sufrió un vómito durante la operación y el anestesista no pudo hacer nada más por él». Cuatro años después de la operación, el Juzgado de Instrucción número 19 condenó al anestesista, Francisco G. M., a indemnizar con un millón de euros a la familia de Meño por «conducta imprudente». Sin embargo, siete meses después, la Audiencia Provincial lo absolvió. Ayer, el anestesista se ratificó ante el magistrado.
Frade, sin embargo, contradijo su versión: «No hubo ningún vómito. Jamás se salió el tubo de la tráquea. Se produjo una desconexión de la parte exterior que le unía al respirador. No se le suministró oxígeno y sufrió una apnea transitoria que le llevó a un daño cerebral», especificó.
«Jamás debió ausentarse»
Durante el interrogatorio al abogado de la clínica Nuestra Señora de América –donde fue intervenido Meño–, inquirió al nuevo testigo acerca de por qué el cirujano no comprobó que el tubo estaba desconectado tras la arritmia detectada, a lo que éste respondió: «Esa anomalía la tiene que comprobar el anestesista». «Jamás debió ausentarse del quirófano si es un buen profesional», replicó Frade al abogado, lo que arrancó un efusivo aplauso de los familiares de Meño. Por su parte, el anestesista aseguró que no tiene conocimiento de que en la sala de quirófano hubiera ningún aprendiz y que durante la operación no se desconectó el tubo. A preguntas sobre si se encontraba en dos intervenciones al mismo tiempo, respondió que «nunca» se hace eso durante una operación.
Pero Ignacio Frade no fue el único nuevo testigo del caso. También testificó una mujer que se encontraba en la clínica aquel fatídico 3 de julio de 1989 en el que Meño se metió dentro de un quirófano para retocarse la nariz. La mujer declaró que ese mismo día operaron a su hijo y cuando estaba en la sala de espera observó un revuelo. «Decían: "¡Se han cargado a un chico! Uno de 18 años como un castillo, que ha entrado a pie y por culpa de la anestesia se lo han cargado"», relató. Con todo esto, el Supremo tendrá que tomar una decisión. En diez días se dará a conocer el veredicto, que podría suponer la anulación de la sentencia que absolvía al anestesista y la celebración de un nuevo juicio.
Antes de que se iniciara la vista, Juana, la «madre coraje», aseguró que en el procedimiento ha habido «muchas mentiras, y muchos cobardes». Sin embargo, ayer también hubo sitio para los valientes. Como los nuevos testigos. Y como toda la familia Meño.
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