Grupos
Lejos
De otra cosa los madrileños no sabremos, pero de movilidad, un rato; demasiado, porque tardamos nuestro tiempo en cumplir ese cansino tránsito que va desde casa al trabajo y tiro porque me toca. Si me pongo de ejemplo, me deprimo: unos 80 minutos al día que pierdo, más bien gano, haciéndome por cortesía de unas veinte paradas de metro con un acervo cultural de enjundia: multidisciplinar y anárquico. Leo desde el último libro de Amos Oz, hasta las instrucciones de cómo montar un mueble de Ikea sin que sobre un tornillo –ni al mueble, ni a mí–, pasando por numerosas revistas, y algún que otro prospecto.
Los prácticos dicen que hay que vivir lo más cerca posible del trabajo para economizar malhumores. Vale. Pero me pondría de peor humor ver desde la ventana de mi dormitorio algo parecido a un aséptico polígono industrial con vistas al jefe.
Lo cierto es que vivir en una ciudad que crece tan a lo ancho como Madrid come la moral de muchos. Cuando nos trasportamos a otra dimensión, imaginamos lo que no es: tener el lugar de trabajo tan cerca, tan cerca, que sólo con estornudar ya estás fichando. Pero no. Un estudio dice que, de media, 12 kilómetros no nos los quita nadie. Da igual, ya nos hemos acostumbrado a ser seres de lejanías. Con estas idas y venidas, lo gracioso, por contradictorio, es que los madrileños tengamos tantas ganas de salir de viaje... Si no hacemos otra cosa que viajar... eso sí, en un círculo vicioso, cual pez en su pecera.
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