España
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Hay preguntas que llegan como un rayo. Primero la luz y luego la detonación. No cuenta ni la anchura del currículum ni la edad del que suelta el misil, cuenta lo imprevisible. A Zapatero lo dejó sentado en el área el currito de a pie que le preguntó en un plató de televisión cuánto costaba un café; Rajoy se preparó en el mismo programa hasta el número de lenguas indígenas que hay en África, pero cuando escuchó que cuánto le ingresaban en la cuenta corriente cada mes se puso azul, pálido. Le derrapó la lengua gallega.A Paco Reyero, Manolo Barrios le llama «coronel» porque le ve –escondidas– en la manga de la levita periodística tres estrellas de ocho puntas. Ahora bien, cuando su hija de siete años se le acerca con los ojos dibujados a cuchilla se convierte en el capitán Queeg de «El Motín del Caine». Traga saliva, voltea el bolígrafo entre los dedos. Dice aquello de Humphrey Bogart: «Sólo tienen que hacerme preguntas concretas y las contestaré una a una». Luego llega la ráfaga: «¿Qué eran las pesetas?». El domingo por la noche ardió España como no había ardido jamás. La alegría abrazó las calles de esta piel de toro de pitón a rabo. Mi sobrina, una pirujilla de seis años que también le roba los papeles a la Fallaci, se orientó rápido: «¿Tan importante es el fútbol, papá?». El que escribe estas líneas no milita en la futbolería. Pero el domingo fue otra cosa. La Selección le pegó un patadón a la crisis, al ardor de estómago, a los tira y afloja nacionalistas. España entera se cantó española. Efectivamente el fútbol debe ser tan importante. Ayer seguro que subió la bolsa y se aflojó el diferencial con el bono alemán. Dentro de nueve meses repuntará la natalidad. Vendrán al mundo los hijos de la noche loca del Mundial.
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