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Lo que el viento se llevó

La Razón
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Nunca se borra el recuerdo de los que habitaron nuestro corazón. A todos esos padres que les han arrancado un hijo, jamás les podrán arrebatar el amor: la huella de ese ser, sus abrazos, los momentos compartidos quedarán en las alforjas de su corazón. Pero esto jamás podrá consolarles ni borrar la cicatriz de una desaparición porque alguien sin rostro decidió impedirnos seguir juntos. Nos arrebataron el libre albedrío de poder decirnos adiós. Nos dejaron sin unas palabras que llenen el corazón y reconforten el alma en los momentos en los que tan solo las lágrimas acompañan al agujero negro de la pena. ¿Cómo explicarnos que otro ser humano nos acuchille el alma y desagarre la vida llevándose a un hijo de nuestro lado? Me resulta imposible entender qué existan seres capaces de causar a sus semejantes ese dolor de imposible descripción. Hace cuatro años estaba en Canarias cuando Yéremi desapareció. El alma se me sobrecogió al percibir la desolación de una familia cuyo ángel de rostro humano había sido borrado de sus vidas. Somos una sociedad a la que el miedo corroe el corazón y el materialismo llena los huecos que la compasión dejó en su destierro. Si el amor corriese por nuestras venas, si creyésemos en la responsabilidad del alma no existirían los asesinos de almas, ni los ladrones de vida, ni andarían sueltos los sátrapas. Ojalá fuese a ellos a los que se los llevase el viento.