Castilla y León

A M Ángeles abadesa por Víctor M Márquez Paílos

Como ya nos conocemos desde hace mucho tiempo, por eso te escribo. Dice Juan de Mairena que lo natural es hablar, que escribir es una infracción de la norma natural. Pero yo pienso que escribiendo es cómo podemos llegar a ser más naturales y sinceros. Escribiendo podemos darnos a entender mejor que hablando porque no es nada fácil decir lo que se siente.

No lo es porque ni siquiera sabemos muy bien lo que sentimos. Escribir, en cambio, nos ayuda a saberlo. Pues bien, dicho esto -esto es, escrito-, vaya delante mi gratitud por el abadiato que acabas de iniciar en tu monasterio de San José de Burgos. Uno suele dar las gracias al final y no al principio. Pero yo creo que, en un caso como éste, uno deber darlas al principio.

Tener una madre -una madre abadesa de sus monjas- es una de esas pocas cosas en la vida que uno sabe agradecer desde el principio y no ya, como suele pasar con las demás, cuando se ha perdido. Es algo tan maravilloso que el tiempo lo mejora, como el vino.

Pero tu maternidad atañe al espíritu y no a la carne y sabido es que el espíritu necesita la letra para encarnarse en ella. Por eso, escribir a una abadesa tiene su importancia. Lo hace, en primer lugar, la Iglesia, siempre madre, el día en que la nueva abadesa es bendecida como tú el domingo pasado.
Se leen entonces públicamente las oraciones que le invitan a enseñar «más con obras que con palabras». Conviene que se lea «la cartilla» a quien, a partir de ese día, se la va a leer a los demás. La palabra escrita es el mejor regalo porque permanece. No ya sobre el papel sino allí donde las buenas obras sean su recuerdo. Que ellas te acompañen como hasta ahora.