Valencia

De la Vega: La perfecta «número dos»

Lealtad, eficacia y entrega. Cualidades difíciles en política, pero que se conjugan en María Teresa Fernández de la Vega Sanz. Una mujer que dejará huella en el Palacio de La Moncloa. Sin horario, sin trabas, sin excusas, aún a costa en ocasiones de su propia vida personal, ella ha sido el auténtico motor del Gobierno desde que José Luis Rodríguez Zapatero la escogiera como su «mano derecha», el valor más destacado en las delicadas decisiones del Ejecutivo.

Zapatero habla con Fernández de la Vega hoy
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Pocos días después del 18 de abril de 2004, en que asumió su cargo, quiso almorzar con un grupo de mujeres periodistas cerca del Congreso. Con ellas había tenido mucho trato como Secretaria General del Grupo Socialista, donde estrechó su contacto con Zapatero, por entonces un simple diputado por León. «Aquí estamos todas», dijo con emoción la nueva vicepresidenta del Gobierno.

Nacida en Valencia, hija de Elena Sanz y de Wenceslao Fernández de la Vega, Teresa plasmó el carácter en sus orígenes. La fuerza materna de Játiva y el sentimiento un tanto emigrante de su padre, de raíces asturianas. Ello la llevó a viajar por varias ciudades y licenciarse en Derecho en Madrid. Activista universitaria, era una estudiante entre «el miedo y la rabia» de finales de la dictadura. Accedió a la Judicatura cuando muy pocas mujeres lo hacían y llegó a magistrada de lo Social, parcela que le apasiona. En aquella época escribió varios tratados sobre Legislación Laboral y se tituló en Derecho Comunitario por la Universidad de Estrasburgo, hasta ser jefa del gabinete de Fernando Ledesma en el primer Gobierno de Felipe González. En el año noventa y cuatro, Juan Alberto Belloch la nombró secretaria de Estado de Justicia. Allí forjaría una férrea amistad con Margarita Robles, su compañera en Interior, que muy bien la define. «Persona menos intrigante, más seria y trabajadora, no he conocido», asegura la actual consejera del Poder Judicial.

Teresa nunca olvidará esa etapa, donde trabajaban «como animales» y legislaban mucho. Por sus manos pasaron los sumarios del GAL, las escuchas del Cesid y el caso Roldán. Experiencia y habilidad que valoró Zapatero al nombrarla vicepresidenta. Porque ella ha sido permanente rostro y voz del Gobierno, pero también, la mujer al frente de todas las crisis, los grandes «marrones» de calado político. Las relaciones con el Vaticano, las cancillerías extranjeras, la Función Pública, los medios de comunicación, el mundo de la Justicia, la inmigración, los piratas del Índico. En estos casi siete años no ha habido crisis o problema alguno que no haya pasado por sus manos. Buena parlamentaria, azote de la oposición, su dureza dialéctica no ha impedido un estupendo trato personal con todos los grupos. Entre los diputados hay general coincidencia: «Teresa es buena gente por encima de todo».

Mezcla de corazón y razón, valora su independencia y permanece soltera, pues ve complicado «conjugar los intereses privados con la defensa del interés general». Ahora podrá dedicar más tiempo a la música, a la ópera, una de sus secretas aficiones. En sus lecturas siempre están García Márquez y Phillipe Rot, de quien destaca «La pastoral americana» y «La mancha humana». Coqueta, elegante, le gusta vestir moderna, con el cabello corto y trajes pantalón, que delatan su extrema delgadez. Siempre a cien, ya de niña su madre bromeaba con ella por ser «un puro nervio». Pero lo que quedará siempre de Teresa es su trabajo, su absoluta entrega. Una perfecta, seria e incansable «número dos».