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Un nuevo ciclo

La Razón
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La caída del Muro de Berlín trajo cambios en la Europa sometida a los comunistas, en Asia, en América Latina, también en África. En todas partes, excepto en los países árabes musulmanes. Hubo oportunidades de cambio, como cuando Sadam Hussein invadió Kuwait y Siria hizo lo propio con Líbano. Las dos se desperdiciaron. En cambio, fue cuajando una coalición de «hermanos contra la democracia», como escribe Walid Phares, buen conocedor de los movimientos disidentes dentro del mundo árabe. Esa coalición bloqueó cualquier intento de democratización, de pluralismo y de transparencia. Muchos de los que participaban de ella eran rivales, pero todos sabían que tenían el mismo enemigo, la democracia. En eso, los autócratas de la península arábiga, los chiítas, los dictadores de Siria o de Libia, los terroristas salafistas o los pro iraníes, todos estaban de acuerdo. Todos tuvieron claro que había que frustrar el régimen que surgiera de la intervención en Irak de 2003. También había que acabar con el experimento afgano. El Consejo de la Liga Árabe, por ejemplo, estaba presidido hasta hace unos días por Libia.

El resultado de esta política ha sido un callejón sin salida. Se impidió la libertad y se acabó con ella allí donde existía, como ocurrió en Líbano. Phares calcula un millón de prisioneros políticos en toda la zona del Gran Oriente Medio. Cuando se dice con ligereza que la religión musulmana es incompatible con la democracia, habrá que recordar que se ha hecho todo lo posible para que eso llegue a ser verdad. Por otra parte, las dictaduras tampoco han evitado la islamización, o mejor dicho la yihadización de las sociedades árabes: el proceso, que venía de lejos, ha ido en aumento en los últimos veinte años. Y sobre todo eso, muchos de estos regímenes políticos no han sido capaces de ofrecer una mínima perspectiva de prosperidad a sus poblaciones. Los dos tercios de la población libia, unos cuatro millones de personas, viven con menos de dos dólares al día, y otro tanto ocurre en Egipto.

Se escucha que lo que estos países necesitan es algo de eficiencia económica. Es cierto, sin duda, pero después de lo ocurrido en estas semanas, y después de estos veinte años de prolongación del autoritarismo, ya no es fácil dar marcha atrás. Los partidos islámicos están aquí para quedarse. También han hecho acto de presencia minorías atropelladas y a veces masacradas, como los coptos egipcios, los cristianos de Sudán o, entre otros, los muchos demócratas musulmanes encarcelados o exiliados. Y además está el acceso a la información instantánea y las redes sociales, que dificultan, como ocurre en Irán, la estabilidad de las autocracias. La situación, como se dice sin parar, es peligrosa, pero no todo es negativo, al contrario. Para empezar a cambiar nuestra política de complacencia, no estaría de más que contribuyéramos a que se aprovechara el sentimiento de orgullo de quienes están acabando con regímenes tan corruptos y tan inhumanos como los que están cayendo en el norte de África.