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Paganini

La Razón
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Dado mi pelagrero éxito, ganaría mucho más descargándome música gratis de internet que explotando los derechos de propiedad intelectual de mis tontunas, que no interesan ni a los piratas. Lo digo por si alguien duda. Y, sin embargo, soy de las que opinan, qué antigua, que a los autores hay que pagarles por sus obras. Que bajarse las cosas gratis de internet no está bien, que los creadores deben ver recompensado su esfuerzo y su talento y que los productores deben ver cómo su inversión y riesgo dan frutos si el producto vale. En un país como el nuestro esto está mal visto y además le deja a una de idiota profunda, ya saben. Como aquí a los evasores de impuestos no se les señala para vergüenza pública sino que se les ríen las gracias y se les pide consejo, es lo normal. Y aún así una está de acuerdo con una ley que impida la barra libre de descargas y que a los creadores se les quede cara de tontos cuando escuchan sus canciones sin cobrar. Por eso a una le extrañó tanto la alegría que produjo el porrazo de la Ley Sinde. Podría entender que lo celebrara la Asociación de Juristas Tiquismiquis, que meter de rondón en una disposición final de otra ley una medida así es una chapuza importante, o que lo hiciera la Liga contra la Propiedad. Que lo haga el PP ya resulta más chocante, y deja a las claras que, como en todo, de lo que se trata es de chinchar al Gobierno. Poco importa que España sea líder en piratería mundial, con el descrédito añadido; lo importante es decir que la Sinde y por tanto su gobierno son un petardo y que, según «Güiquilics», actúa al dictado de los EE UU (como se reclamaría al Gobierno que hiciera si los chinos empiezan a exportar jamón ibérico denominación de origen, por cierto). Entiendo que la Ley resulta peligrosa al permitir el cierre de webs sin intervención judicial, y hasta que, sin pacto internacional, es inviable por intentar poner puertas al campo global de internet. Puedo entender que los internautas reclamen hablar y ser escuchados y rechacen el cierre de webs manu militari, como proponía la Ley Sinde. Como en todo, al final la cuestión es si estamos lo suficientemente bien educados como para entender y respetar a todo el mundo, autores incluidos; y en esto, qué cosas, parece mucho más indicado el aparentemente gamberro y gafapastero Álex de la Iglesia que la lánguida Sinde, con ese aire frágil de novicia de Modigliani. Qué cosas.