Córdoba

Los coptos

La Razón
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Todo el mundo ha leído los terribles problemas de los coptos de Egipto. Destrucción de iglesias, manifestaciones, muertos. Pero los más no saben gran cosa de los coptos, sólo que son cristianos, minoritarios y perseguidos.

Son los descendientes de los antiguos egipcios. Todos saben de las pirámides, los faraones, Tutankamnen, Ramsés. Pues bien, tras varias invasiones de Egipto en la Antigüedad –de persas, griegos y romanos– llegó la musulmana del siglo VII. Y los coptos, es decir, los egipcios, siguieron existiendo hasta ahora, con su antigua lengua y escritura, ésta ahora ya testimonial. Conservaron su fe cristiana.

Siguieron viviendo, aunque precariamente: los musulmanes, se sabe, respetaban a las «religiones del libro» –cristianos y judíos–, así en Egipto y en muchos países del Oriente próximo (Siria, Palestina, Líbano, etc.), del más lejano (Persia, Afganistán, Pakistán) y del Occidente (Norte de Africa, por un tiempo Sicilia, por un tiempo España). Siempre como gente sin acceso a las grandes dignidades sociales. Pagaban una capitación anual, los musulmanes no. Y sufrían humillaciones: una iglesia no debía ser más alta que una mezquita, el musulmán iba a caballo, el cristiano en asno. A veces se sublevaban, con terribles consecuencias.

Ahora se repite esto en Egipto. Pero viene de antes, por ejemplo, en España, en el siglo X había en Al Andalus importantes minorías cristianas, que hablaban dialectos derivados del latín, próximos al castellano, y escribían en latín, así en Córdoba. La rebelión de Omar ben Hafsun y su derrota en la sierra de Ronda acabó con esa libertad. No quedó ni rastro de cristianismo ni de lengua romance.

En Oriente, en cambio, durante el siglo XIX, con el poderío de Occidente y el declive musulmán, las poblaciones cristianas, millones de personas, vivieron con relativa libertad y tranquilidad. El Islam declinaba y los europeos de mi generación que viajábamos por esos países, veíamos la tolerancia: en Egipto, en Siria, en el Líbano, en otras partes. Había una vida más o menos europea: se podía beber una cerveza, las mujeres iban sin velo.

Y continuaba el culto cristiano. Hoy todavía se pueden visitar en El Cairo las hermosas iglesias cristianas que vienen de la Antigüedad. Y es que, tras el siglo III después de Cristo, los egipcios se convirtieron al Cristianismo, la religión griega y romana ejerció poco influjo. En el museo copto de El Cairo pueden contemplarse los testimonios del antiguo Egipto cristiano. Es la cultura copta, que creó una gran literatura escrita en copto.

«Copto» designa a los egipcios cristianos y a su lengua. La palabra deriva del antiguo término griego aigyptios, «egipcio»: una palabra que contiene el nombre del dios Ptah. Podemos estudiar ahora la importante literatura copta, aunque la lengua esté prácticamente extinguida. Es un derivado, ya digo, del antiguo egipcio, pero escrito con letras griegas casi todas y con muchas palabras griegas.

La cuestión consiste en que, dentro del movimiento fundamentalista, se ha difundido una propaganda insensata que está dando los frutos que vemos. Yo he ido cada pocos años a Egipto dirigiendo excursiones de universitarios españoles. He visto, desde luego, las hermosas iglesias coptas y el hermoso museo copto. Y he soportado a los guías egipcios, víctimas de la propaganda también.

Recuerdo que hace pocos años nuestra excursión iba a comenzar, y comenzó, por el barrio copto. Sólo tras grave discusión con los guías que querían comenzar por la visita a la mezquita de Mohammed Alí, del siglo XIX, que no estaba en el programa. Comenzamos, pues, por los coptos, seguimos por el Egipto faraónico. Bueno, pues no pudimos evitar que, ya que no el primer día, nos colocaron el último día la mezquita: no íbamos a eso, pero tampoco objetamos. Pero de lo que se trataba era de que nos acuclilláramos en el suelo y escucháramos al guía su explicación sobre la religión musulmana, que ya conocíamos. Yo me excusé diciendo que los médicos no me dejaban sentarme en el suelo en aquella postura.

Increíble propaganda. Otro guía nos decía que todo había sido creado por los egipcios, es decir, por ellos. Sócrates había ido a examinarse a la Universidad de El Cairo ¡y le habían suspendido! Menos mal, añadía, que le aprobaron en septiembre.

Pero la verdad es que los musulmanes eran los últimos en la línea de las invasiones de Egipto, mientras que los coptos son los testigos que quedan de su antigua cultura, que es la que queríamos ver.

Ese fundamentalismo se ha cultivado allí, no digo que por los gobiernos, pero sí por grupos conocidos y muy poderosos. Recuerdo que cuando yo visitaba en los años cincuenta, en un coche de la embajada, con su banderita, los barrios tradicionales, los niños nos tiraban piedras, otros nos escupían. Esto había mejorado. Pero el viejo fanatismo vuelve ahora, sigue bajo todos los regímenes.

Y la vieja propaganda. Es como cuando en Turquía nos decían que los turcos eran más antiguos que los armenios. ¡Y los turcos llegaron en el siglo XI después de Cristo, los armenios hacia el 2.000 antes de Cristo! También allí el panorama ha empeorado.

El desprecio a los coptos, que con nadie se meten, se explica así: por el fanatismo y el terrorismo. Tiene que ver, en el fondo, con la agresión a los turistas, que los gobiernos reprimen, pero amenaza siempre. Una propaganda obsesiva presenta a los musulmanes como los verdaderos egipcios, desprecia a los demás.

En fin, no intentaba otra cosa que presentar el panorama. Todo parte no del pueblo egipcio, sino de los sectores fanatizados de que hablo. Causan daño, en realidad, más que a nadie, al pueblo egipcio. Y a los cristianos y los musulmanes, a todos.