Egipto
La lluvia por Ángela Vallvey
No entiendo a la gente a la que no le gusta la lluvia. Esa gente que se queja amargamente cuando llueve un poquito, como si la lluvia fuese una de las más espeluznantes plagas bíblicas. Peor que el granizo de fuego y hielo con que Moisés –el Tío de la Vara de la Biblia– arrasó Egipto. No entiendo que alguien pueda decir: «¡Qué rabia, se nos ha fastidiado el fin de semana, parece que va a llover!…» y no sea inmediatamente imputado, procesado y severamente condenado por lelo.
No es que deteste a esas personas a las que no les gusta la lluvia. En realidad me fascinan y creo que deberían tener, todas ellas, su propio reality-show. Pero es que me parece increíble que haya personas que aspiren a que no caiga ni una sola gota de agua sobre la península ibérica en aras de que ellas puedan carbonizarse en la playa, practicar su deporte favorito o lucir un peinado impecable. Son personas que, en cuanto caen cuatro gotas, en vez de sacar el paraguas sacan el coche. Se quejan de que el puente «se presenta lluvioso» y lloran ante el mapa del tiempo como si fuese el de los conflictos bélicos a escala mundial.
En España, donde el sol es lo único que se mantiene todavía en su sitio, que llueva un poco en otoño es lo mínimo que se puede pedir para que la vida continúe, ¡por favor!… La vida natural, y la artificial que estos inconscientes hidrófobos disfrutan. Pues, ¿de dónde suponen, estas quejosas buenas gentes adeptas al achicharramiento, que viene el agua cuando abren un grifo…? ¿Acaso piensan que la traen en dedales mágicos unos duendecillos muy simpáticos que trabajan para el señor Looney Tunes…?
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