Europa

Palencia

Los hombres oscuros

La Razón
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Unos amigos han estado en Báscones de Valdivia, un pueblo de la provincia de Palencia, en Tierra de Campos, y me dicen que han saludado a Erasmo de su parte y de la mía; es decir han estado ante la imagen de San Mateo evangelista que el artista esculpió como Holbein pintó a Erasmo, que en esta tierra palentina, por cierto, tuvo tantos partidarios.

En ningún país de Europa tuvo Erasmo tan tempranos y apasionados admiradores, incluso entre las gentes del pueblo llano, y esto último exige alguna explicación. La obra de Erasmo tiene una doble dimensión: es una teología de las fuentes, sirviéndose lógicamente de su saber filológico para establecer con el mayor rigor posible los textos fundantes del Nuevo Testamento; y es además en otros libros un tratadista de temas importantes para el cristiano del tiempo del Renacimiento, como, por ejemplo, los deberes del caballero, del soldado, y del clérigo cristianos, con un gran talento polemista.

Así que también moralizó y polemizó sobre el hecho de que por sí mismo el hábito no hace santo al monje y, en este sentido, más que frente a los clérigos, fue frente monjes frailes, adoptó posturas polémicas –aunque mucho menos radicales que Dante, Petrarca, Bernardo de Claraval o Catalina de Siena –; y aquí fue también donde el hambre se juntó con las ganas de comer, porque los campesinos sentían como un peso el pago de rentas o la pura mendicidad de los frailes en las eras, y se enteraron de que Erasmo no hablaba muy bien de ellos, así que era todo un amigo. De las teologías y moralidades erasmistas no podían entender gran cosa esos campesinos, que eran buenos cristianos pero más bien antifrailunos. Porque ¿de dónde, de otro modo, tendría Erasmo tantos partidarios en Tierra de Campos? Y nos haríamos la misma pregunta acerca de cómo era que habría entre los escritores tantos partidarios de Erasmo también, si no fuera porque sabemos que la crítica literaria ha venido distribuyendo el adjetivo de erasmista a toda palabra o gesto crítico u opuesto a los clérigos, y como si toda la crítica de la clerecía en tiempos de cristiandad fuera erasmista, y fuera lo mismo el anticlericalismo moderno que sólo es, de ordinario, una mera manifestación de odio antirreligioso.

Pero lo curioso, en este asunto, es que por parte de Erasmo aunque el emperador Carlos I le invitó a venir a su Corte, éste nunca quiso hacerlo, y en una carta a Tomás Moro escribió que «no me agrada España». Y sabemos muy bien que tenía miedo. ¿Miedo de qué? España, desde luego, no era igual que otro país europeo, era Europa y Oriente a la vez, y Erasmo pensaba que estaba llena de judíos; aunque esto ya no era cierto en ese tiempo, pero él lo creía así, y participaba del prejuicio antijudío de toda la Europa cristiana de la época; que por cierto tampoco sabía lo que era un moro. No lo habían visto nunca en esa Europa, y, cuando un cortesano del mismo Carlos I vio al desembarcar en España a un noble castellano vestido a usanza mora, y creyó que iba disfrazado de Rey Mago, tal y como los imagineros pintaban o esculpían en los retablos.

Pero Erasmo también tenía miedo, sobre todo, de «los hombres oscuros» que él decía; esto es, de los hombres recios, seguros, apodípticos. Y ciertamente que los había como en todas partes y no sólo en España, porque un hombre oscuro se supone que es alguien que se está en su cueva solitario con sus pensares oscuros que suelen ser siempre ídolos del tiempo y del corral en que se vive. Siempre es así, y Erasmo mismo hizo, tras el amargor del Saqueo de Roma de 1527-1528, una dura autocrítica de los llamados humanistas, metiéndose él en el saco. Y, ahora mismo, la modernidad tiene sus hombres oscuros que querrían saquear y devastar el pasado; y también le darían miedo a Erasmo. Y a nosotros.