Historia
Al clarear el día por Antonio Pérez Henares
Antes de que claree el día estaba ya en lo más alto de la cuerda de la sierra de Altomira. Pero ya se le presiente en el empalidecer de las estrellas. A mis pies están los bosques de la Bujeda, el pequeño pantano entre pinares, más allá la depresión por la que corre el Tajo y a lo lejos la llanura sumida en la oscuridad. Los montes son compactos. En la penumbra no dejan perfilarse a sus árboles.
Pero al mirar hacia atrás ya sí. La otra llanura, hacia Cuenca, comienza a vislumbrase, y en el cielo ahora ya hay azules claros y nubes que comienzan a teñirse de naranja. Y poco después esa luz también empieza a llegar al horizonte frente a mis ojos y empieza a hacer aflorar las rastrojeras, los oteros chatos, las cárcavas blanquecinas que delatan con precisión por dónde se desliza el gran río. Amanece. El agua del pantano ya es azul y los pinos ya son verdes. La tierra se enseña a la vista del hombre y puede que ahora las torcaces comiencen a remontar para salvar la cordillera e ir a comer a los campos de pan. Pero es sólo un puede. Lo seguro es que el sol ya ha salido. Ahora deberían venir la torcaces. Si es que vienen.
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