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OPINIÓN: Lengua identidad y progreso

La Razón
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Demos un paso hacia atrás. Alejémonos un poco de las posiciones enquistadas y los muchos clichés que rodean cada elemento del debate político en España. Apliquemos el sentido común: no se trata de ir contra el catalán, ni siquiera de defender el castellano a costa de lo que sea. Tampoco es cuestión de arremeter a priori contra el nacionalismo, tachándolo de un mal en términos absolutos, haga lo que haga. La clave, en ésta y en otras muchas ocasiones, está en comprender que ninguna idea es válida o errónea en su origen, sino que requiere del contraste de la praxis, de su ejecución en la realidad para comprobar su auténtico valor.
La utilización política que, en este sentido, se realiza de la lengua para fortalecer una determinada postura identitaria está, a día de hoy, fuera de la realidad educativa exigida por la sociedad actual. La principal labor de cualquier administrador público ha de ser la de conseguir el mayor nivel de bienestar para los ciudadanos. El logro de un objetivo como éste pasa necesariamente por que la calidad de la educación sea la máxima posible, a fin de dotar a cada individuo con los instrumentos necesarios que le aseguren el éxito en un contexto tan competitivo como el actual. No es extraño, en lo concerniente a esto, que aquellas familias que se lo pueden permitir lleven a sus hijos a colegios bilingües, con la mirada puesta en que se familiaricen con el mayor número de lenguas posible. El hecho de que cualquier niño catalán normalice a lo largo del proceso educativo el castellano no supone un ataque contra el catalán ni un intento de mermar el rico y necesario «background» cultural sobre el que se asiente este país. Estratégicamente, tendría que ser el objetivo a perseguir por cualquier político que, en rigor, se preocupase por la formación y el futuro de los ciudadanos cuya educación gestiona. No se pueden implementar medios que permitan a los centros educativos ofrecer una educación multilingüística –síntoma de modernidad–, y, al mismo tiempo, convertir la política en una fatal interferencia en el desarrollo competencial del niño –síntoma de retroceso. El castellano abre puertas y permite una convivencia y un futuro profesional con más posibilidades: eso se llama progreso y no tiene por qué estar en conflicto con la defensa de una determinada identidad.