Los Ángeles
El mercader vuelve a Venecia
Faltó hacer una genuflexión y rezar tres avemarías en su presencia: el dios Pacino había pisado tierra. Con un bronceado típico de la ciudad de Los Ángeles y con la (¿falsa?) modestia como equipaje de mano, el Tony Montana de «El precio del poder» llegó a la Mostra de Venecia para recoger el premio Glory to the Filmmaker a toda una carrera dedicada al cine y a presentar «Wilde Salome», una mezcla de «making of», «biopic», docudrama y teatro filmado que cosechó una ovación cerrada en su presentación a la Prensa
Ovación que a este cronista le parece algo injusta: en cuanto Pacino pisa el escenario del teatro Wadsworth para interpretar, con voz de falsete y amaneramiento hiperbólico, al rey Herodes de la «Salomé» de Oscar Wilde, se te cae el alma a los pies. Lejos quedan los años setenta, su era dorada, en la que mordió a bocados papeles en «El Padrino», «Serpico» o «Tarde de perros» a golpe de método. En cine, el recuerdo de su trabajo más reciente –«88 minutos» y «Asesinato justo»– provoca escalofríos. Sobreactuado, histriónico, desenfocado: este es el Pacino de 2011.
Quién avisa no es traidor: «Si no me cortan, puedo pasarme días hablando». Así es Pacino, todo digresión y andarse por las ramas. No es extraño que buena parte del metraje de «Wilde Salome» documente una búsqueda sin brújula, durante la que Pacino se ve superado por representar una obra de teatro y hacer una película a la vez. «No sabía hacia dónde iba», confesó ayer. «No tenía una historia, sólo una visión. Recomiendo escribir el guión antes de hacer una película. ¡Cuantas veces me arrepentí de no tenerlo cuando estábamos rodando!». Es difícil saber si la confusión que exhibe en el filme no forma parte de un juego, una autoindulgente puesta en escena, en el que Pacino se ha adjudicado el papel de víctima: tiene una semana para rodar, por las noches actúa en el teatro, todo depende de su resistencia como creador.
Shakespeare por un americano
Fascinado por la figura de Oscar Wilde, Pacino viaja a Irlanda e Inglaterra para visitar los lugares donde vivió el autor de «Un marido ideal» y para entrevistar a expertos (el nieto del escritor, Tom Stoppard, Tony Kushner, Gore Vidal y, atentos, Bono) en su vida y obra. La película es la crónica de una investigación, que intenta que las experiencias de Wilde –su vocación de pensador liberal, su matrimonio, su homosexualidad, su persecución pública– se filtren en la visión «moderna» que presuntamente Pacino tiene de «Salomé». El procedimiento es similar al de «Looking for Richard», aunque el Michael Corleone de «El Padrino» quiso marcar distancias entre los dos proyectos: «A los americanos les cuesta aceptar a un actor que no sea británico representando un Shakespeare. En ese sentido, hice "Looking for Richard"para neutralizar esos prejuicios y para que el público estadounidense entendiera "Ricardo III". Por el contrario, en "Wilde Salome"quería reproducir la viva impresión que tuve al ver la obra por primera vez, y quería que las dificultades con las que tuve que enfrentarme para filmarla se interconectaran con las dificultades con las que tuvo que lidiar el propio Wilde».
Lo que queda, pues, es una película autocomplaciente, exhibicionista y dispersa, en la que sólo destaca la magnífica interpretación de Jessica Chastain como Salomé. Tan dispersa es que hasta el mismísimo Pacino tuvo que dejar descansar un primer montaje durante cinco meses para estar seguro de qué dirección tomar. Su obra como realizador se reduce a tres películas completamente ligadas al teatro –la segunda es «Chinese Coffee», adaptación del texto de Ira Lewis–, pero ayer Pacino hablaba con la voz del cineasta de largo currículum: «Hace 25 años empecé a interesarme por la idea de dirigir una película. Fue en una época en que estaba reordenando mi vida personal, y en la que tenía que decidirme por trabajar en el cine o en el teatro para no perder comba. Siempre me digo que voy a ser selectivo, pero nunca lo soy. El caso es que empecé a rodar por mi cuenta, tengo cinco o seis películas que no ha visto nadie, las tengo ocultas, igual que mis pinturas. Cuando me di cuenta de lo difícil que era, me volví más dócil con los directores, antes era muy difícil». Viéndolo en «Wilde Salome» sólo confirmamos lo que ya sabíamos: que la pasión no basta para ser un buen cineasta. Ni siquiera basta para ser un buen actor, solamente para ser una leyenda.
EL DETALLE: EN LA PIEL DE PHIL SPECTOR, EL PRODUCTOR ASESINO
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