Mundial 2014

Noventa minutos

La Razón
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Mañana, al mismo tiempo que la Selección española debuta en el Mundial, el Consejo de Ministros tiene previsto aprobar la reforma laboral. Mucha gente cree que la coincidencia no es casual, sino una argucia del Gobierno para endulzar el amargor del trance. Si hay que abrir en canal al enfermo, que sea durante los 90 minutos de anestesia general que dura el partido. Incluso The New York Times publicó hace días que Zapatero se ha encomendado a La Roja y a sus victorias con la esperanza de aligerar el pesimismo reinante y de encubrir a esos tuercebotas de segunda división que tiene por ministros. No hay duda de que el yacimiento de metáforas que encierran once españoles trabajando en equipo, avanzando en la misma dirección y ganando partidos es de un valor incalculable. Los fontaneros de La Moncloa creen que podrían elaborarle al presidente todos sus discursos hasta 2012 inspirándose en la épica de la Selección, aunque hubiera que forzar los parecidos entre las cejas de Zapatero y el bigote de Del Bosque. A la hora de enardecer a la grada, hasta Manolo el del bombo es un pobre aficionado al lado de Leire Pajín o José Blanco. Al PSOE le viene de atrás esa inclinación populista a mezclar fútbol y política, como cuando coló su anagrama del puño y la rosa sobre las imágenes de un gol de Butragueño a Dinamarca en el Mundial del 86, poco antes de las elecciones. ¿Cabe esperar ahora algo parecido? Desde luego, no se debe subestimar el poder eufórico del fútbol y su magnetismo para catalizar emociones colectivas, pero sería exagerado atribuirle propiedades narcóticas. Sólo los idiotas creen que los aficionados son una masa informe de imbéciles, de borregos o de zombis teledirigidos. Así pensaron Mussolini, los militares argentinos o los dictadores de la Europa soviética, que utilizaron los Mundiales como propaganda. También en España ocurrió algo parecido, aunque a escala más doméstica, y parece ser que a Franco le hacía mucha ilusión que vascos y catalanes ganaran casi todas las Copas del Generalísimo. Sin embargo, todos los sátrapas sobrevaloraron el fútbol en la misma proporción que subestimaron a los ciudadanos, y así les fue. Que la gente se apasione y que vibre con la Selección podrá aliviar durante unos días los agobios cotidianos, pero no hay un solo aficionado tan enajenado que no sepa distinguir entre el edema isquiotibial de Iniesta y el hachazo laboral. O entre La Roja y el Gobierno. O entre 90 minutos de fantasía y cuatro años de frustración.