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Un martirio gozoso
«El martirio de San Sebastián»
De Debussy. Solistas: R. Andueza, M. Rodríguez-Cusí, M. Infante, H. Colomé. Coro de Cámara del P. de la Música Catalana. Coro y Orq. de la CAM. Dtor.: J. R. Encinar. Auditorio Nacional. Madrid.
Volver a escuchar esta extraña e infrecuente partitura debussyana, entre ópera, oratorio y auto sacramental, es toda una experiencia. El compositor se sintió vivamente atraído por esa especie de misterio de Gabriele D'Annunzio, dividido en cinco partes o, en terminología medieval, «mansiones». Una narración que sintetizaba de manera singular lo oriental y lo occidental, lo pagano y lo cristiano. El resultado fue una obra admirable, no siempre equilibrada, pero que destila una luz muy particular y nos envuelve en un mundo de insólitas sonoridades, propias de lo que pudo haber sido, según algunos, «el Parsifal» del compositor. Muchas circunstancias lo impidieron, entre ellas la actitud de la Iglesia. Desde luego el lenguaje es de un refinamiento excepcional, con acordes trabajados de manera autónoma. Debussy circula hacia la politonalidad y polimodalidad.
Hay que agradecer a José Ramón Encinar dos cosas fundamentales: que nos haya traído este curioso fruto de 1911 y que le haya dado el tratamiento adecuado, buscando siempre la sonoridad ideal –con los mimbres tímbricos que tiene a su disposición–, el tono narrativo más convincente, dentro de la pedida discreción propia del misterio religioso. Supo unir lo elocuente con lo meditativo en un trabajo bien ordenado puede que algo falto de vuelo o de refinamiento místico. Los coros mostraron ciertas irregularidades, como en las primeras llamadas al santo, algunas destemplanzas («Canticum Geminorum»), pero también nos ofrecieron momentos de esplendor, así en el «Chorus Seraphicus» del final de la Primera mansión. Nos gustaron especialmente los delicados arpegios de la cuerda grave en el Preludio de la Cuarta, que sonó estupendamente durante la última extensa intervención de Sebastián, un espléndido, por cierto, Carlos Martos. Esperábamos algo más de matización en la narración de un actor tan seguro como es Colomé. Muy bien la entrada al unísono del «Chorus Martyrum» de la Quinta mansión. Andueza exhibió su timbre infantil y dio pureza a sus intervenciones con su característica emisión sin vibrato. Colaboraron sin estridencias las dos mezzosopranos.
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