Boston
Renoir visita por fin España
El Museo del Prado acoge la primera retrospectiva que se celebra en España del pintor francés gracias a la cesión de 30 obras de una colección privada estadounidense
Pintaba para celebrar la belleza del escenario frente a sus ojos. Quería captar el encanto que hay en un jarrón de flores, en un puente del arrabal parisino, en un almuerzo recién terminado con licor, o en la lectura doméstica sobre unos cojines. La vibrante pincelada de Renoir dejó testimonio de trozos de vida como una joven dormida en una butaca en precario equilibrio mientras sostiene un gato. La primera muestra monográfica que se dedica al pintor francés en España se inaugura hoy en el Museo del Prado.
Como ocurre con casi todos los pintores impresionistas, la representación de Renoir en España es escasa. Ninguna institución pública tiene obras suyas, a excepción de dos piezas de la colección Thyssen Bornemisza, con origen en el coleccionismo privado, como las 31 piezas que el Prado ha recibido en préstamo hasta febrero procedentes del Sterling & Clark Art Institute de Massachussets. Mientras las colecciones de arte de España se deben a las pasiones coleccionistas de reyes como Carlos I y su obsesión por Tiziano o Felipe II y su querencia por El Bosco, con los impresionistas, tanto por el contenido de sus obras –escenas urbanas, arte decorativo–, como por el contexto histórico de principios del siglo XX, la mayor parte de su producción terminó en manos de «pasiones privadas» del poder económico como las definió el director del Prado, Miguel Zugaza.
La obra de Renoir busca el misterio que encierra lo cotidiano pero no es la de un impresionista al uso. «Él soñó con ser pintor de museo y le preocupaba que se aceptase su obra académicamente», dijo ayer Richard Rand, comisario de la exposición por parte del Sterling & Clark Institute. Los impresionistas fueron rechazados por los círculos oficiales del arte, pero Renoir «siempre miraba al pasado, reinterpretaba en códigos clásicos temas modernos, estudiaba a los maestros como Rubens o los renacentistas italianos». Por eso sus obras se han ubicado en el edificio Villanueva, cerca de los maestros, a los que admiró en su visita al Museo en 1892.
Orientalismo
Pero en la muestra no se puede encontrar rastro de su impronta porque apenas cuatro obras son posteriores a la fecha de su visita a Madrid. Lo que se puede apreciar es el riesgo de sus composiciones de juventud, «las más auténticamente Renoir y la fase más interesante de su producción», según el comisario. Porque en sus manos una bañista peinándose parece una musa de Rubens y varios siglos después se coloca en el mismo lugar frente al Palacio Ducal de Venecia que pintaran Canaletto o Turner, pero parece otro.
En esos años Renoir es una batería de influencias que suma el orientalismo, y anticipa el expresionismo y los novecentistas, según dijo Javier Barón, jefe de conservación de Pintura del Siglo XIX del Prado. Las obras seleccionadas expresan todo el repertorio de Renoir y entre ellas se encuentran «dos de sus pinturas históricamente más importantes», «Palco en el teatro» y «Muchacha dormida», la más grande de la colección, ambas de 1880. Son escenas de puertas adentro, de hombros descubiertos, de chicas corrientes, encajes, largas melenas, manos enguantadas. Renoir se recrea en la figura humana, el tratamiento de la piel y los vestidos, y por eso los fondos a veces están empastados, otras, desvaídos como el tiempo detenido.
El paisaje, género por excelencia del movimiento impresionista, está magníficamente representado, entre otras, por una «Puesta de sol» frente a Normandía, y la naturaleza muerta con unas «Cebollas» de 1881 cuyos trazos merecen unos minutos de contemplación. «Renoir no busca el paisaje pintoresco, sino lo que ocurre delante de los ojos, y por eso lo pinta con los colores cálidos de la vida», afirmó Barón. Porque Renoir incluso «lleva su reflexión hasta la antítesis del impresionismo» que le dio cobijo, afirmó el comisario.
Esta es la primera vez que salen del Clark Institute todos los Renoir, «el corazón de una colección trabada durante cuatro décadas», según Miguel Zugaza. Para conseguirlo, el Prado ha llegado a un acuerdo con la institución americana y devolverá el favor con otro préstamo: varias obras de Velázquez, Rubens y Tiziano, entre otros, con la temática común del desnudo y su importancia en la pintura. Será la muestra que inaugure el nuevo centro del Clark Institute en 2014 creado por el arquitecto Tadeo Ando.
Una colección misteriosa
Detrás de la muestra también hay una historia, la del hombre de familia acomodada que, a comienzos del siglo XX y cumplida la treintena, era veterano de guerra, había viajado por Extremo Oriente, y decidió mudarse a París para evitar volver a la gran casa familiar. En 1920, Robert Sterling Clark regresó a Nueva York con su mujer, una actriz de la Comédie Française, y dedicó la fortuna familiar a aumentar la colección artística. Obras de Millet, Fortuny, Durero, Ghrilandaio, Piero della Francesca, Sargent, Dègas, Turner, Toulouse-Lautrec y, sobre todo, Renoir, su predilecto, fueron acumulándose en una vasta colección de la que apenas se supo en vida de su propietario. Pero antes de morir dejó sentadas las bases de su centro de arte en Williamstown (Massachussetts) a tres horas de Boston y Nueva York. Hoy, el Instituto Sterling & Clark es la localidad «con más expertos en arte per capita», subraya Michael Conforti, director del centro, que ayer dijo haber visto a Renoir «con otros ojos» en los muros del Museo del Prado.
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