Castilla y León
OPINIÓN: Carta a cruz mujer y sacerdote
He visto tu imagen en la prensa: oficiando, revestida con una estola de colores. He leído que eres ministra anglicana en Salamanca. Me ha impresionado tu historia: una mujer que se ha abierto camino en medio de un mundo reservado a los varones. Fiel a una vocación sentida con el alma. No eres la única: muchas mujeres han sentido a lo largo de la historia una fascinación profunda por el sacerdocio y por los sacerdotes. Pero, como sabes, en la Iglesia católica se ha mantenido siempre una distancia infranqueable entre la mujer y el sacerdocio. Y aquí está el problema. Los seres humanos tropezamos en la diferencia. La distancia nos angustia y necesitamos anularla. Y ahora que, más que nunca, creemos posible anular todas las distancias, todas las fronteras, nos parece inaceptable una iglesia en la que las mujeres no puedan ser sacerdotes. Claro que ha sido precisamente la diferencia tu razón de ser lo que eres: sacerdote. Si no hubiera habido frontera alguna entre el sacerdocio y tú, no habrías sentido la fascinación de anularla a fin de ser tan sacerdote como cualquier varón. Pero hay algo, Cruz, que me preocupa de la mujer sacerdote: su relación con el sacerdote varón. Entre iguales que son idénticos no existe la relación tan especial, tan fascinante, que se da entre iguales que son diferentes. La diferencia, la distancia, la frontera infranqueable son el alimento del amor: del amor erótico, ante todo, pero también de los demás. Ser sacerdote y varón ha sido también algo hermoso para la mujer a lo largo de los siglos. No sólo un signo de apropiación machista. Por desgracia también ha aparecido así pero porque a los varones nos ha faltado verdadera virilidad. Que Dios te bendiga, Cruz.
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