Londres
Rogers & Astaire el baile eterno
Lo suyo era el cine de alta comedia, pluscuamperfecto. Sus movimientos acompasados son ya historia.
Nadie bailó como ellos. Juntos compusieron la pareja de baile más famosa del mundo. Interpretaron diez comedias musicales en las que lucían tan delicados y decadentes que parecían porcelanas Art-decó envueltos en decorados blancos, teléfonos blancos y tramas blancas. Ginger, con sus vuelosos trajes de satén, y Fred, de frack negro y sombrero de copa, se conocían, se peleaban, se reencontraban, volvían a enfadarse por un nuevo equívoco y acababan enamorándose entre bailes y riñas, sin que nunca se les viera besarse en escena. El primer beso explícito fue en «Amanda» (1938).Estas refinadas comedias románticas eran la versión norteamericana del cine de teléfonos blancos. Un signo de sofisticación que hacía las delicias de los espectadores de los años 30, inmersos en plena depresión. Todo era tan pluscuamperfecto en este cine de alta comedia, el vestuario, las canciones de Berlin, Porter y Gershwin, los decorados de ciudades recreadas en estudio, ya fuera un Londres brumoso como una Venecia con los canales y las góndolas pintiparadas, y la maravillosa conjunción de la pareja de baile, que los espectadores creyeron que en la vida real todo era igual de armónico. Además del dúo más taquillero del cine eran la imagen edulcorada de la pareja ideal.Pero su relación distaba de ser perfecta. Los actores no se hablaban fuera del plató. Una vez acabada la toma, cada cual volvía a su camerino. Ginger Rogers tenía celos de Mark Sandrich, pues el director de las principales películas de la pareja cuidaba y elogiaba a Fred Astaire y la pretería a ella. Hermes Pan sólo ensayaba los números de Fred Astaire, y durante el rodaje de «Sombrero de copa» (1935) el equipo se opuso al traje de plumas que Rogers lucía en «Cheek to Cheek», pues las plumas volaban por el set como si estuvieran despluman a una gallina. Los continuos enfrentamientos en la vida real sí los reflejaban los simplísimos argumentos de sus películas, en las que la confusión de identidad, los continuos desencuentros y peleas de pareja, al estilo del vodevil, se esfumaban en cuanto comenzaban a bailar, llevados en alas de la danza. Ginger y Fred volaban, como si el baile de salón fuera su medio natural para fascinar al espectador con su romance amoroso.Ninguna pareja de baile puso de límite el cielo. Parecían nacidos para bailar el uno en los brazos del otro. Y esa imagen fascinante, de un sutil erotismo, fue la que ha pervivido, al quedar difuminadas sus peleas reales por la magia de esos largos planos generales en los que ambos bailarines evolucionan en el espacio fílmico con una elegancia y precisión imposible de hallar en el cine musical.Como lucesde neónTras la separación de Ginger, Astaire probó con bailarinas como Judy Garland, Eleanor Powell y Rita Hayworth, pero fue con Gene Kelly y Cyd Charisse con quienes consiguió sus mejores éxitos. No se relacionaba con sus parejas fuera del plató, y la bailarina de las piernas más bellas del cine manifestó sus desavenencias en el rodaje de «Melodías de Broadway» (1953) y «La bella de Moscú»(1957). La meticulosidad de Astaire en la búsqueda obsesiva de perfección los contrapuntó en esos largos planos generales en los que se medían en plano de igualdad bailando. Con Charisse había rivalidad y confrontación, pues le robaba las escenas con sólo estirar sus muslos o menear sus caderas a la voraz mirada de la cámara. Sea como fuere, ambos brillaron como luces de neón en un gigantesco luminoso de Broadway.
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