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Nina Simone hasta la última nota
La segregación racial impidió que se convirtiera en pianista de música clásica. A partir de ahí, la intérprete se convirtió en uno de los nombres imprescindibles del siglo XX. Un libro rescata la biografía de la tigresa del jazz«La vida a muerte de Nina Simone»D. Brun-LambertGlobal Rhythm. 370 páginas. 22 euros.
Hay almas que se pierden en la búsqueda de sí mismas. Como Nina Simone. Comenzó pidiendo vasos de leche en los antros de New Jersey y apartándose de los borrachos que encontraba en aquellos tugurios de atmósferas sobrecargadas por el alcohol y el humo de los cigarrillos. Y acabó desahuciada, apurando botellas de ginebra y bailando desnuda en una Liberia prerrevolucionaria. La mujer que levantó su puño y su voz contra la segregación negra en la década de los sesenta –creando un repertorio de temas reivindicativos que forman parte del catálogo esencial de la música del siglo XX–, auguró que moriría a los setenta años, porque, aseguraba con su rotundidad habitual, más allá no existía una vida que mereciera la pena disfrutarse. Y resultó fiel a su promesa. Falleció sola y desatendida de un cáncer generalizado en su casa de Carry-Le-Rouet. Los vecinos nunca la vieron pasear. Ninguno supo que vivía allí. «Al final, nadie la ayudaba a ir al baño. ¡Se lo hacía todo encima!», refiere Raymond González. Él es uno de los muchos testimonios que David Brun-Lambert incluye en la biografía de la cantante. La historia de una niña prodigio que a los ocho era capaz de interpretar a Bach y que soñaba con convertirse en la primera concertista de color en Estados Unidos. El conservatorio le cerró las puertas por su piel y arrancó ahí una andadura vital que conoció la fama y, también, el fracaso personal que suele acompañar al éxito.
Amante desconocido
Jamás creyó en las melodías populares. Renegaba de uno de sus «hit» más carismáticos, «My Baby Just Cares For Me». Incluso se lo echaba en cara al público que acudía a sus conciertos: «¿Es ésto lo que queréis?», les increpaba con desprecio mientras tocaba las primeras notas. Nina Simone escogió Nina, «niña», porque así la llamaba un amante hoy desconocido; y Simone, por Simone Signoret, actriz de un filme que la impresionó: «París, bajos fondos». Desde que aprendió a tocar deseaba dedicarse al estudio de esa estela de pentagramas que dejaron los grandes compositores de música clásica. Pero se cruzó el destino para convertirla en musa del gran estilo del siglo XX. El autor de esta semblanza narra con pulcritud esa deriva imprevista. Cómo una chica predestinada por el talento a lo más alto acabó dedicándose a un estilo que ella, en el fondo, infravaloraba, y que solamente aprendería a valorar más tarde, cuando descubrió la capacidad de influencia política y social de esas canciones. Llegó, incluso, a encolerizar cuando los críticos aseguraron que era el relevo natural de Billy Holliday, lo que sería un piropo para cualquier artista en esos momentos. Brun-Lambert traza los paralelismos que compartió con María Callas y cuáles eran las actitudes y errores que malograron una carrera admirada. Cuenta cómo quiso todo y también quiso lo corriente: la fama y un marido que la amara. Tuvo lo primero, a base de esfuerzos, y malograrse como madre y esposa. Las giras continuas, un marido que la explotaba, el carácter híspido y un conjunto de malas decisiones la convirtieron en una víctima de ella misma. Nina Simone es un reflejo más de la caída del ángel.
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