Pensiones

Multiplicador Keynesiano

La Razón
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Un amigo liberal, de los de verdad, hablando de la pertinaz crisis y los apuros presupuestarios, evoca la fábula de los pingüinos. La traslado aquí con cierta libertad narrativa: una cáfila de ellos no se atreve a dar el paso de tomar la comida que permanece al borde de un precipicio, saben que los primeros en atreverse morirán, pero que a partir de ahí todos comerán sin peligro. Le digo a mi amigo: «Eso es como el mutiplicador keynesiano, pero contado con humor».Quienes, como yo, somos liberales pero mantenemos «todavía» (y a mucha honra) ciertos resabios socialdemócratas, valoramos algunos aspectos de la filosofía económica del viejo Keynes, y ello frente a la ley de Jean-Baptiste Say, que se resume en que «toda oferta crea su propia demanda». Curiosamente Keynes, evocando al Mandeville de los «vicios privados, virtudes públicas», hablará -junto a la intervención estatal en el mercado en tiempos de crisis- del impulso al consumo, previo al del aumento de la oferta. Y su multiplicación por toda la actividad social.Todo ello evoca también el viejo teorema de la sociología (Merton) en torno a lo que se ha llamado profecía que se cumple a sí misma, y que viene a decir que una falacia creída por un número suficiente de personas, acabará cumpliéndose. Así, si decimos que la crisis ha terminado, terminará, porque el optimismo es una ley fundamental en la irracionalidad de las «leyes» de la economía.Dejemos pues a Zapatero (parece ya más que probable que no va a ganar las próximas elecciones) y preparemos los nuevos tiempos matizando poco a poco el discurso del desastre escuchando a Keynes: «Una gran parte de nuestras actividades positivas depende más del optimismo espontáneo que de una expectativa matemática, ya sea moral, hedonista o económica».