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Reforma de estado por José Clemente

La Razón
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Existen distintas corrientes de opinión como la de la autora de la Reforma del Estado, Sonia Fleury, que explican la actual crisis económica de los países desarrollados y de los que todavía están sometidos a regímenes autoritarios, como la primera consecuencia de la caída del Muro de Berlín en la década de los ochenta y posteriores. Para esta investigadora del pensamiento político la confrontación de la Guerra Fría colocaba a todo el mundo en su sitio, en su espacio y lugar real, lo que permitió el surgimiento primero de los llamados países emergentes y, más tarde, el fenómeno de la globalización planetaria. Este último aspecto, que se contextualizó en un principio en el amanecer de la revolución tecnológica, vendría a cambiar en pocos años las reglas de juego existentes de muchísimas naciones como jamás había ocurrido desde la II Guerra Mundial, con todo lo bueno comunicativamente hablando, pero con sus perniciosos y devastadores efectos principalmente para un mundo demasiado acomodado y seguro de su Estado de bienestar.

Estos cambios fueron interpretados por muchos analistas como el fin de una vieja era y, especialmente, de un modelo, que tras la caída del socialismo no era otro que el del capitalismo. Y entonces la tierra pareció abrirse bajo nuestros pies. La Unión Europea, entretanto, aceleraba su dentición con el Tratado de Maastricht y los Acuerdos de Lisboa para no perder su tren de futuro, aunque aún estaban por llegar las «subprime» americanas, que acabaron por estropearlo todo al poner al primer mundo contra las cuerdas. La crisis de Estados Unidos se extendió por toda Europa sin miramiento alguno, especialmente por aquellos países con mayor deuda externa y un PIB más inestable. Se pidió entonces a la Europa del norte que echara una mano, especialmente a Alemania, que acababa de vivir una década complicada como consecuencia de la unión entre la RFA y la RDA. Pero los alemanes, es decir, a quienes pedíamos el dinero, que conocían de sobra la salud de nuestro mercado y las cada vez más dudosas posibilidades de que fuéramos capaces de devolver lo prestado, nos han impuesto sus condiciones sin posibilidad de rechazo. O lo tomas o lo dejas, parecen decirnos, porque si lo tomamos hemos de garantizar que somos capaces de reintegrar la deuda, y, si no lo aceptamos, la quiebra no es que sea segura a corto o medio plazo, sino mañana mismo.

 La opinión pública y la publicada otorgó al PP una holgada mayoría para que adoptara cuantas medidas fueran necesarias para sacarnos de la crisis. Cierto es que desde la llegada de Mariano Rajoy al poder ningún gobierno de España había acometido un volumen de reformas como las desarrolladas por el PP. Pero seis meses después estamos peor que a su llegada. También es cierto que con el PSOE de Zapatero o de Rubalcaba ya nos habríamos ido al garete, que bien a punto estuvimos, pero no vale el mal de muchos consuelo de tontos en el que nos encontramos cada día que nos levantamos. Se nos pide sacrificio, un esfuerzo más, un agujero menos en el cinturón, pero los culpables siguen con sus jugosas prejubilaciones, multimillonarios despidos y un saqueo desaforado al tiempo que el barco se va a pique. No puede ser.

No puede ser que Cataluña, por ejemplo, tenga una potente administración local con 946 municipios, muchos de ellos dos casas y un corral perdidos en el Pirineo por donde se mueven los traficantes de tabaco, como el ex conseller de ERC. No puede ser que además de la administración local tengan otra metropolitana, y una más comarcal, y otra que quieren crear de vegueries o regiones, y una más provincial con sus respectivas Diputaciones, y, finalmente, una autonómica que depende de la Generalitat. Y todos arrimados a la ubre de la pobre vaca a la que sólo le quedan los huesos. Rajoy es aplaudido en Europa porque los prestamistas quieren cobrar y las medidas aprobadas ven en el buen camino, pues sin austeridad, sin ajuste, sin recortes, sin pasarlo mal durante un tiempo, no hay nadie que aguante el tren de vida de nuevos ricos en el que nos instalamos hace tiempo y que los socialistas incentivaron. ¿Recuerdan la portada de Vogue? Zapatero llegó a la Moncloa con superávit, es decir, ingresábamos más de lo que gastábamos, y se ha ido dejándonos un agujero que tardaremos años en superar.

 Tardaremos años en recuperar todo lo que ya hemos perdido y que es una buena parte de nuestro Estado de bienestar. Aunque podemos salvar lo importante, como la Educación y la Sanidad, pero en estos dos sectores sobran funcionarios, porque España no puede tener más empleados públicos con 48 millones de habitantes que Alemania, que ronda los 80 millones de personas. Sobran funcionarios y sobran sobresueldos a políticos, directivos empresariales y dirigentes de nadie sabe qué. Sobra dispendio público y falta meter en cintura a los Bancos, que recibieron antes cuantiosas ayudas para sanearse y se llevaron el dinero en jubilaciones preelaboradas y recapitalización de las entidades, la mitad de las cuales sobra desde hace ya bastante tiempo. Hay que ser valientes para encajar el draconiano ajuste que nos pide Europa y nos aplica Rajoy, tan valientes como para pedir responsabilidades a todos los que lo hacen mal, porque a fin de cuentas, cuando se habló por primera vez del fin del capitalismo, lo que se pedía no era otra cosa que unas buenas y más reducidas estructuras del Estado, un reordenamiento del sistema autonómico, una administración más ágil, eficaz, operativa y, sobre todo, al servicio del ciudadano.

Como decía antes, no son horas de lamentaciones, sino de acometer cuantas reformas hagan falta para asegurarnos que salimos de esta aunque sea, que será, con un nuevo modelo de Estado que tenga los pies en la tierra. Sabemos, todo el pueblo español sabe, que ningún buen gobernante escoge lo peor para fastidiar a sus conciudadanos, sino al contrario, que lo que se hace, como hizo Zapatero -aunque en realidad no se diera cuenta de sus limitaciones y nadie en su partido se lo dijera-, era por el bien de todos, como ahora Rajoy lo que hace es por salvar a España de la encrucijada en la que se encuentra. El gobierno del PP tiene toda la confianza de los ciudadanos en sus manos, pero debe acelerar ciertas reformas, como la del Estado, donde residen gran parte de los males que nos aquejan.