Barcelona

No a los trasvases por una cuestión política

¿Tiene sentido que una sociedad moderna esté mirando al cielo y esperando a que llueva para salvaguardar el agua que llega a nuestras casas? Evidentemente, no. Pero, por extraño que parezca, en Cataluña, hasta hace poco, así era.

 
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Hoy en día, la comunidad goza de buena salud hídrica. Los embalses superan el 70 por ciento de su capacidad, la desaladora del Llobregat –una de las grandes infraestructuras hídricas del tripartito– está ahí, a la sombra, esperando a ser utilizada en cualquier emergencia, y, en caso de que una sequía repentina se adueñara del clima, los catalanes tendrían cubiertas sus necesidades hídricas hasta la Navidad de 2011. Un escenario inmejorable, cierto.

Cataluña, no obstante, no puede confiarse. La sequía puede volver a aparecer en cualquier momento y no hay que olvidar que el consejero de Medio Ambiente y agnóstico declarado, Francesc Baltasar, llegó a encomendarse a la Virgen de la Moreneta mientras a Barcelona llegaban barcos con agua para consumo humano.

La climatología es caprichosa y cada vez se consume más agua. Hace cien años, dos terceras partes de la población mundial vivían en el campo. En 15 años, se calcula que dos terceras partes vivirán en ciudades. La gestión del agua, por lo tanto, se antoja esencial. Y por si los condicionantes parecían pocos, la Unión Europea también ha tomado cartas en el asunto. La directiva marco del agua establece que las administraciones tienen hasta finales de 2015 para realizar una serie de cambios en la gestión del agua. Deja de considerarse un recurso para formar parte del medio ambiente. Lo que significa que no basta con satisfacer la demanda, se tiene que hacer de forma eficiente, favorecer el ahorro y la gestión tiene que ser económica y sostenible.

Con este punto de partida, vale la pena destacar que entre los partidos catalanes hay temas consensuados: ahorro en el consumo, descontaminación de acuíferos y la regeneración de aguas depuradas. Estas medidas, sin embargo, aunque importantes, representan una parte muy pequeña del suministro de agua.

El gran debate, y la polémica, empieza precisamente en ese punto, en las grandes obras hidráulicas. Los partidos que han gestionado la Generalitat, PSC, ERC e ICV, parten con desventaja. En su momento, utilizaron su oposición al trasvase del Ebro, y por extensión a todos los trasvases, como arma política. Y lo hicieron olvidando que Barcelona vive y bebe de un trasvase (del río Ter), Tarragona del propio Ebro, y, cuando la sequía arreciaba, quisieron trasvasar el Segre (aunque lo llamaron «captación temporal de agua»). Así que abogaron por un sistema igual de válido, aunque mucho más costoso para el ciudadano, como son las desaladoras. Y eso que los expertos consultados por este diario señalan que con el Ebro podría abastecerse todo el litoral mediterráneo, desde Girona hasta Murcia. En cualquier caso, la oposición sí lleva en sus programas la posibilidad de ejecutar nuevos trasvases. Los convergentes, eso sí, abogan por captar agua del Ródano francés.