Lifestyle

Ducado epiceno por Andrés Merino Thomas

La Razón
La RazónLa Razón

Cuando uno va al colegio y piensa que todos los reyes y aristócratas viven en palacios, suele aprender que el sustantivo epiceno es el que con un solo género gramatical puede designar a ambos sexos. Al hacerse mayor y oír hablar de duques en España, había que incluir a Cayetana de Alba. En mi generación cundió la leyenda, interesadamente difundida a partir de 1978, que sostuvo que quien se casaba con una Duquesa de Alba era también Duque de Alba «por derecho propio». Pura contradicción.

Entre la colección de despropósitos que hemos oído, leído y visto esta semana con motivo de la boda sevillana hay uno que habrá resultado sin duda especialmente divertido para quienes conozcan la legislación nobiliaria: según un tertuliano televisivo, la novia va a regalar al funcionario Alfonso Díez Carabantes uno de sus títulos, en propiedad, para que su tercer matrimonio sea «de igual a igual». En materia de dignidades y tratamientos, la capacidad de innovar es asombrosa. Es sabido que los principios básicos de transmisión de títulos en España son la herencia (sucesión mortis causa) y la primogenitura, por lo que ninguno de los cuarenta y seis que ostenta la XVIII duquesa de Alba de Tormes podrá ser propiedad de quien desde el miércoles ha pasado a ser su consorte. Distinta cuestión es que la costumbre en nuestro país, muy distinta a la mayoría de las naciones que conservan los títulos nobiliarios como instituciones jurídicas de derecho premial, permita a los consortes de los poseedores de tal distinción ser denominados como tal.

Es duque de Alba por cortesía, como son duques o duquesas, marqueses o marquesas, condes o condesas (ya saben ustedes que Bibiana Aído envió al exilio al vizconde del Sustantivo Epiceno) todos los cónyuges de quienes heredan o rehabilitan para sí sus respectivas dignidades nobiliarias. Que no es poco. Y lo será incluso al sobrevivir a su cónyuge, también por consuetudinaria cortesía, aunque coloquialmente se le denominase «duque viudo». Pero siempre habrá un único y epiceno Duque de Alba.

La servidumbre de las residencias de la familia va a dirigirse a Díez como Señor Duque. Nada nuevo con respecto a los dos anteriores matrimonios de la Duquesa. En la correspondencia escrita podrán remitírsele envíos como «Excelentísimo Señor», aunque es previsible que quien siga recibiendo centenares de cartas al mes con invitaciones o peticiones siga siendo la dueña de la casa. Los dos privilegios históricos más conocidos de los Grandes de España han desaparecido. El primero, el pasaporte diplomático, fue suprimido por un gran amigo de su mujer, Felipe González. Una pena; parece que les habría sido muy útil. El segundo, permanecer cubierto ante S.M. el Rey, es un recuerdo simbólico… Un asesor de imagen recordaba que el botón delantero de un chaqué debe desabrocharse al sentarse y el de una chaqueta también, en cualquier boda, al tomar asiento en primeras o últimas filas del templo. En fin. Los retos de Alfonso Díez son mucho más que estéticos y sociales. Al tiempo.


Andrés Merino Thomas
Historiador y periodista