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Los desertores de Kim Jong Il
Pekín- Aunque el trayecto podría hacerse en dos horas en coche y otra en avión, Jin tardó tres años en llegar a Seúl desde su aldea natal, situada entre las montañas de Corea del Norte, a unos 100 km de Pyongyang. Primero se jugó la vida cruzando la frontera con China y allí trabajó en una fábrica, como clandestino, durante 19 meses. Ahorrando hasta el ultimo yuan, pagó a una red de tráfico ilegal que le condujo hasta Tailandia sin ser descubierto por la Policía china. Ya en Bangkok, pidió asilo en la embajada de Corea del Sur y pudo, por fin, reunirse con un primo de su padre que llevaba varios años viviendo en Seúl. «Llegué en 2005, pero echo de menos a mi familia. Sobre todo los primeros meses fueron muy duros. No me imaginé que sería tan difícil abrirse paso aquí», explica este hombre de 39 años que trabaja como camarero en un establecimiento que vende sopas de fideos en los suburbios de la capital surcoreana. Como la mayoría de sus compañeros, Jin ha recibido con alegría la noticia de la muerte de Kim Jong Il, aunque al mismo tiempo está preocupado por la dirección que podría tomar ahora el régimen. «Estoy pensando en mi familia, que sigue allí».
Cerca de 20.000 norcoreanos viven en Corea del Sur, donde son considerados «refugiados». El régimen comunista, sin embargo, los llama «desertores». Andrei Lankov, profesor asociado de la Universidad Kookmin de Seúl, explica cómo la mayoría vive con el miedo a ser descubiertos por la dictadura norcoreana. «Muchos aún tienen familiares en el norte y, si son descubiertos por los espías norcoreanos que trabajan en Seúl, pueden ser extorsionados bajo amenaza de represalias contra sus seres queridos», ilustra. Los problemas de los refugiados norcoreanos no acaban ahí. Sus rentas no superan los 450 euros al mes, poco más de la mitad de la media nacional. Aunque forman parte de la misma nación y la misma etnia, muchos se sienten discriminados por su pasado y las particularidades socioculturales propias de quienes se han criado en el país más aislado del planeta, donde no hay conocimiento de cómo evoluciona el mundo en el exterior.
«Las diferencias son enormes. Los refugiados norcoreanos no tienen habilidades ni educación suficiente para encontrar trabajos estables. Su conocimiento del mundo libre es escaso y su fuerte acento al hablar les delata al instante. Todo les parece hostil y ajeno aquí, todo va demasiado deprisa para ellos. A algunos les recomiendan que vengan aquí porque tienen estrés y cuando llegan se creen que eso del estrés es un papel que reparto yo. Es necesario explicárselo todo, como a niños», explicó en una entrevista en agosto de 2010 el psiquiatra Jeon Jin Yong, director de la clínica Hana, instituto creado para atender a los norcoreanos.
Según estudios recientes, el 80% de los refugiados que llegan anualmente a Corea del Sur son mujeres. Las jóvenes se adaptan mucho más fácilmente, algunas buscando matrimonios con surcoreanos. La escasez de mujeres, típica de las sociedades asiáticas por el aborto selectivo, es un factor más en la operación. «Es uno de los mejores atajos para integrarse a su nueva realidad», admitió recientemente el Ministerio de la Unificación. El otro, quizá todavía más rápido, es el de la prostitución, un «oficio» en el que acaban cayendo muchas de ellas. Pero los hombres lo tienen mucho más difícil aún. Algunos no encuentran nada y viven de la caridad. Otros se ven obligados a aceptar labores manuales mal pagadas que ningún surcoreano quiere desempeñar.
El Gobierno surcoreano hace ciertos esfuerzos para ayudarlos. También existen organizaciones que les ofrecen apoyo, así como hospitales, colegios y centros de atención. A los desertores que alcanzaron altos cargos en el régimen de Pyongyang antes de huir, incluso se les protege con guardaespaldas, para evitar que sean asesinados. Y muchos de ellos acaban encontrando trabajo como colaboradores de los servicios secretos. Aunque proceden de un país oficialmente ateo, también es frecuente que acaben encontrando refugio espiritual y ayuda material en organizaciones religiosas cristianas, sectas e iglesias evangélicas. «Con todo, Corea del Sur no está teniendo éxito en absorber a los 20.000 norcoreanos que han llegado al país desde que terminó la guerra», concluye Lankov.
Más refugiados de ida y vuelta
El número de refugiados norcoreanos en Corea del Sur se ha triplicado desde 2005, hasta rozar la cifra actual de 20.000. Según analistas, este aumento se debe principalmente al deterioro en las condiciones de vida en el norte. La mayoría de ellos escapa por la frontera con China, cruzando el río Tumen, que separa ambos países, y tienen que viajar a un tercer país antes de llegar a Corea del Sur, ya que Pekín no les otorga la condición de refugiados. Los funcionarios que pueden permitírselo huyen aprovechando viajes oficiales o fugas dignas de película. El 18 de agosto de 2010, un caza del Ejército norcoreano se estrelló en China, cerca de la frontera. Según la agencia surcoreana Yonhap, el único tripulante era un oficial que viajaba a Rusia para gestionar el asilo político. Aunque muy minoritario, también se produce el flujo contrario. Así, en los últimos años, unos 200 refugiados han regresado a Corea del Norte.
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