Lorca

Laboratorio sobresaliente

«La colmena científica...»José Ramón Fernández. Dirección: Ernesto Caballero. Intérpretes: José Luis Esteban, David Luque, Lola Manzano, Paco Ochoa, Iñaki Rikarte, Pedro Ocaña Teatro María Guerrero.

Laboratorio sobresaliente
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Entre 1926 y 1929, una joya documental titulada «¿Qué es España?» retrató a nuestro país a través de su esfuerzo científico. El mismo espíritu mueve a «La colmena científica o el café de Negrín», estreno del Centro Dramático Nacional, y lo hace desde sus cimientos, desde el texto inteligente y emocionante, ameno y tierno, de un dramaturgo con mayúsculas llamado José Ramón Fernández (autor de «Las manos», «Nina» y «La tierra»), encargado de homenajear el centenario de la Residencia de Estudiantes.

En vez de quedarse en lo sencillo –Buñuel, Lorca, Dalí, ya saben–, optó por descubrir a una generación de brillantes científicos que coincidió en la institución. Allí está la figura paternal de Ramón y Cajal; y Juan Negrín, brillante fisiólogo y hombre discutido, metido a política en la dictadura de Primo de Rivera, la República y la Guerra Civil. Protegido y gran amigo suyo, un joven Severo Ochoa, futuro premio Nobel, es otro de los parroquianos del Laboratorio de Fisiología, un lugar que el dramaturgo presenta como un reducto de humanidad, un foco de personas con ganas de investigar y divertirse. La imagen de un abrazo reconciliador entre Negrín y Ochoa en el exilio le sirve a Fernández para iniciar su narración, saltar a 1927, y seguir en 1931 y 1936. La historia de España avanza aquí sin sesgos: Fernández lamenta que las ideologías malograran el talento y se pregunta entre líneas: ¿qué España queremos hoy? ¿La cuna de mentes inquietas o la que genera mediocridad? La cercanía de la sala de la Princesa y la escenografía de Curt Allen Wilmer dotan de realismo y nostalgia al laboratorio, en el que un gran director, Ernesto Caballero, formula toda una teoría del teatro: elegir bien al reparto, dirigirlo mejor y, como dicen los ingleses, jugar. Juega Caballero a patentar microscopios con banquetas invertidas y a proyectar recuerdos sobre pizarras, y se divierte haciendo cantar y bailar a sus investigadores, y multiplicando por cuatro actores –una escena para recordar– al maestro Unamuno.

El reparto, perfecto
El reparto responde con exactitud y talento: conmueven todos, no falla ni un instante, y cabe imaginarse a Severo Ochoa como el tímido novato tras el rostro de Iñaki Rikarte, o al paternal José Moreno Villa con la bonhomía que destila José Luis Esteban, o a Negrín, poliédrico y comprometido, más allá de la ciencia y la amistad, con su carrera política, aquí un gran David Luque... Sí, la maestra Justa Freire podría tener la mirada inquieta y dulce de Lola Manzano, el pedagogo Ángel Llorca la tristeza de Pedro Ocaña, y Ramón y Cajal, la serenidad y el mundo que transmite Paco Ochoa. Esta sobresaliente «colmena» es teatro con todas sus consecuencias: el experimento funciona, por más que, al contrario que en una ciencia exacta, su secreto sea imposible de formular. Habría que investigar más en este campo.