Londres
Gracias por María José Navarro
Hoy acaban los Juegos Olímpicos y está una con la sensación de que se termina, como pasa cada cuatro años, uno de esos acontecimientos maravillosos que trascienden al deporte porque de lo que se habla de verdad es del ser humano. Acaban los Juegos y, de pronto, te acuerdas que la semana que viene vuelve la Liga y te abraza una pereza grandísima, un sopor sudoroso y lo que te pasa después es que bostezas hasta que se te saltan dos lagrimones como dos melocotones. Tampoco se crean Vds que hemos descansado del dichosito fútbol: las mismas jornadas en las que nuestros olímpicos pescaban medallas alucinantes después de muchos minutos de infarto, te asomabas a portadas que rezaban «Cristiano está que se sale». La siguiente escena era servidora con una plancha caliente en un muslo para mitigar el cabreo de mona. Lo ocurrido en Londres, que es lo importante, no ha sido otra cosa quince que días preciosos, quince días en los que se nos ha erizado el pelamen por los nuestros, pero también por los que no son propios, muchos de ellos de países lejanísimos, lugares donde jamás vamos a poner un pie y que nos han levantado del sofá. Quince días de historias de superación, de esfuerzo, de gentes empeñadas en sueños. De entre todas esas historias hoy me quiero quedar con la de una de nuestras campeonas del sopapo. Maider Unda, nuestra medalla de bronce en lucha, se retira a seguir cuidando de sus trescientas ovejas y a seguir haciendo un queso de chuparte los dedos. Su madre, desde Olaeta, decía: «Tiene el capricho de andar en los Juegos y en el caserío hay mucho trabajo». Qué grandes son las cosas pequeñas.
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