Japón

El apocalipsis

La Razón
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El escape nuclear de Fukushima ha tapado desde el punto de vista informativo al tsunami que llegó tapando al terremoto de Japón. Con el tsunami indonesio, los periodistas informamos durante al menos dos meses, ininterrumpidamente, lo mismo que con el terremoto de Haití. Por eso lo de Japón ha sido el apocalipsis. No porque una central nuclear esté fuera de control, sino porque la catarata de desastres ha sido de tal magnitud, que los muertos del terremoto y el tsunami han quedado enterrados no sólo bajo los escombros, sino también bajo el velo informativo de la siguiente catástrofe: la nuclear. Lo que ha sucedido en Japón es que a un cataclismo le ha sobrevenido otro. Es razonable que, los hasta ahora siempre contenidos japoneses, hayan comenzado a estallar agónicos por la acumulación de tanta tensión. Y nos empiecen a enseñar sus muertos. Y empiecen a relatar sus desdichas. Y desconfíen del Gobierno. Y se inquieten viendo a un emperador por televisión.

El holocausto de Japón llegó tapando al de Libia. Al socaire del apagón informativo impuesto por la actualidad dramática y vibrante que llegaba de Japón, el sátrapa libio se propuso seguir su guión, a bombardeo limpio, hasta la limpieza sin remisión de su desafiante pueblo. Claro que como hablar de Libia es hablar de petróleo, la ONU, que estuvo dormitando mientras los rebeldes libios eran ajusticiados a golpe de mortero, ha despertado tentándose la cartera. La guerra del petróleo es caza mayor, ésa por la que aquí nos pusimos a hacer planes para circular a paso de tortuga y para renovar fantasmagóricos neumáticos, de los que ya ni nos acordamos.

Chesterton decía que «el periodismo consiste esencialmente en decir «Lord Jones ha muerto» a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo». Eso era antes, eso pasaba en la aldea no conectada. Hoy o todo el mundo conoce a Lord Jones o Lord Jones no cabe en ningún informativo. En los noticiarios del mundo apenas caben ya más desgracias. Apenas ocupan unas líneas los disparos de bala y las puñaladas que llegan desde Yemen, la brutal represión en Líbano, los muertos que a su paso ha dejado el Ejército de Bahréin en la plaza de Manama.

Ahora somos una aldea global permanentemente tweeteada, a la que llegan imágenes de tsunamis en directo y guerras retransmitidas en tiempo real. Y vamos digiriendo cataratas de apocalipsis, sobrevenidos uno tras otro, sin remisión, mientras nos preparamos para el siguiente: el ataque de la OTAN a Libia.

En éstas Zapatero, aquí, planea comunicar su marcha en el próximo Comité Federal. Será otro apocalipsis, también, que vendrá a taparlo todo. Nunca la profesión periodística vivió bajo tanto vértigo. Para que luego vengan agoreros a decir que esto de contar las cosas se acaba. Hasta ahora todos habíamos oído que «la exageración es esencial al periodismo, pues el objeto del periodismo es hacer que los acontecimientos lleguen lo más lejos posible». Habladurías. Les aseguro que no es necesario. En este tiovivo de apocalipsis globales en el que vivimos, los acontecimientos llegan lejos, por sí solos.