Murcia
El Domund por Luis Emilio Pascual
Recuerdo que, de niño, no entendía mucho esta palabra; pero también recuerdo que sentía algo especial este día, porque se nos hablaba de personas como nosotros que habían dejado sus casas y sus familias y se habían ido lejos «para ayudar a otros». Esto producía en un niño el anhelo de imitarlos, venían ganas de «ser también misionero». Y nos decían, en el colegio y en la parroquia, que ya lo éramos, porque «ser misionero era cumplir una misión» que consistía en «amar a quien nos necesitara», sólo que unos se iban a lejanos países y otros se quedaban orando por ellos y enviándoles todo cuanto necesitaran. Nos decían que los patronos de las misiones eran dos santos muy distintos: Francisco Javier, que fue hasta el Japón y se quedó a las puertas de China, y Teresita del Niño Jesús, que fue monja de clausura, murió a los 24 años y no salió del convento.
Los misioneros son los centinelas que están haciendo posible un nuevo amanecer en los cinco continentes, a través de palabras de esperanza, de aliento y consuelo, que comparten con los más olvidados y desheredados de la tierra. Pero, sobre todo, trabajan contra las tinieblas de la pobreza, en todos sus sentidos y facetas, porque no hemos de olvidar que «no hay mayor pobreza que no conocer a Cristo». Así entregan la Palabra de Dios - «luz para los pueblos»- y hasta su propia vida, donada por amor.
Una vez más, el Domingo Mundial de las Misiones llega para despertarnos del sueño burgués, de la religiosidad rutinaria e individualista, y lanzarnos a la tarea de la Evangelización, de la «missio ad gentes». Con una fuerza renovada, si cabe, este año, en el que el Papa regala a la Iglesia un Año de la Fe, y nos invita a «conocer, vivir, celebrar y testimoniar la Fe» -don recibido, luz en las tinieblas, fuerza en la entrega, y esperanza y confianza en el amor de Dios que nunca defrauda-. Hoy se nos invita a orar por los misioneros -Mensajeros de la Fe- y por las Misiones, se nos pide abrir el corazón -¡y el bolsillo!- para ser generosos, pero, sobre todo, se nos recuerda que el testimonio de vida personal es de por sí misionero, y que la vieja Europa, nuestro occidente anteriormente creyente, es ahora la primera tierra a misionar, comenzando por nuestra propia familia y los compañeros de trabajo, estudio o diversión.
El evangelio de este domingo nos indica el modo de hacerlo. En una sociedad donde establecemos clases, privilegios y honores, Jesús nos vuelve a recordar: «No será así entre vosotros… El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». Y es que «vivir no es triunfar», como tantas veces se nos quiere inculcar machaconamente. «Vivir es dar la vida, servir», por eso ¡el que no sirve a los demás, no sirve!, es decir, no vive, porque vive una vida que no le sirve ni a él mismo.
Capellán de la UCAM
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