Asturias

Piedra escondida por Santiago MARTÍN

La Razón
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Cuando la Iglesia muestra su «haber», a la hora de presentar un balance de actividades, de manera casi inevitable habla del servicio social que ofrece. Es tan importante que, cuantificado, rondaría los 30.000 millones de euros, según acaba de anunciar el vicesecretario de Asuntos Económicos, Fernando Giménez Barriocanal. A cambio recibe, mediante la asignación tributaria, 252 millones de euros. El balance no puede ser, pues, más favorable para la Iglesia, desde el punto de vista del servicio, naturalmente. Y, sin embargo, lo más valioso que hace la Iglesia, lo más útil para la sociedad es su servicio espiritual. No se puede cuantificar en dinero el trabajo de un sacerdote que atiende un puñado de pueblos semivacíos en las montañas de Asturias o de León, o el que está trabajando, solo, en las barriadas obreras de tantas ciudades, cada vez más pobladas por inmigrantes de todo origen.¿Cuánta violencia se evita gracias a la catequesis que reciben los niños? ¿Cuántas lágrimas se enjugan en los confesonarios o en los despachos parroquiales? ¿Cuántos matrimonios dejan de romperse gracias a los consejos sabios de un sacerdote que, quizá, no tiene grandes dotes oratorias pero sabe muchísimo de la vida? ¿Cúantos enfermos dejan de sentirse solos gracias a los cuidados de la gente de la Iglesia? Si nuestra sociedad fuera más justa, estoy seguro de que no sólo no denigraría a los curas, sino que les haría un monumento, a pesar de sus defectos –no hablo de delitos-, pues la mayoría de ellos llevan a cabo una labor escondida, pero utilísima, sin la cual esta sociedad sería mucho más inhumana. La asignación tributaria no sólo no cuesta nada, sino que es un acto de la más elemental justicia para con ellos.