Egipto

Un año después por José María Marco

La Razón
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Ha vuelto la primavera y con ella ha llegado el momento de reflexionar sobre los cambios ocurridos en los países árabes y musulmanes desde hace un año. En general, el tono de las valoraciones va de la confesión más o menos abierta de decepción hasta el recuerdo de que ya se nos había avisado que no se avecinaba nada bueno. Hay suficientes elementos, sin embargo, para una valoración distinta. El primero es que lo que se inició el 4 de enero de 2011 con la inmolación del tunecino Mohamed Buazizi no iba a ser un hecho rápido. Nos enfrentábamos más bien a un proceso histórico que deberíamos medir con una perspectiva temporal más larga. En este sentido, estamos muy lejos de cualquier resultado definitivo.

Sí que hay elementos, en cambio, que permiten entender el fondo de lo que está ocurriendo. Uno es el avance del islamismo político en todos los países donde se produjeron cambios bruscos. Hay diferencias muy sustanciales entre Túnez, por ejemplo, donde el nuevo sistema legal compaginará elementos occidentales con otros islámicos, y Libia, donde se proclamó la sharia inmediatamente después de la derrota de Gadafi, pasando por Egipto, donde los salafistas y los Hermanos Musulmanes copan la mayoría absoluta del nuevo Parlamento.
Para un occidental, que da por supuesta la separación entre política y religión, esto es un retroceso. Para las opiniones públicas protagonistas de estos procesos la perspectiva es distinta. El secularismo iba identificado con los regímenes autoritarios o dictatoriales puestos en marcha tras la caída del colonialismo, regímenes que no trajeron ni la libertad, ni la prosperidad, ni un mínimo de justicia. Peor aún, estos regímenes eran respaldados por Occidente como una barrera contra el islamismo mientras utilizaban elementos como la propaganda antiisraelí o antisemita para fortalecer sus propias posiciones.

Al final, la globalización ha alcanzado también estos regímenes y su caída abre las puertas a un islamismo que era al mismo tiempo reprimido y manipulado. El resultado provisional del proceso resulta todavía más difícil de entender porque el islamismo político está llegando al poder con el respaldo de las urnas, en procesos democráticos cuya legitimidad nadie pone en duda. Ante esto, los países liberales habrán de mostrarse exigentes con el respeto a los derechos humanos, el respeto a las minorías, el respeto a la libertad religiosa. No podrán, sin embargo, oponerse a la nueva situación política. No hicimos nada para cambiar los regímenes previos y mantenemos excelentes relaciones con autocracias como Arabia Saudita y los Emiratos. Resultaría irónico que nos plantáramos ante unos países que podrían haber empezado a aprender lo que significa la democracia.