Roma

Rafael en El Prado

Madrid acoge, con la colaboración del Louvre, la obra de la última etapa del pintor que marcaría la pintura durante más de tres siglosPARA NO PERDERSEDónde: Museo del Prado. Calle Ruiz de Alarcón, 23.Cuándo: hasta el 16 de septiembre.

Rafael en El Prado
Rafael en El Pradolarazon

El Museo del Prado, en colaboración con el Louvre, acoge una exposición sobre los últimos años de Rafael, etapa que le convirtió en uno de los artistas más influyentes de Occidente. La prematura desaparición de Rafael marcó el final del Renacimiento y el comienzo del Manierismo. La mayoría de las setenta y cuatro obras pisan por primera vez España trazando un recorrido cronológico de su obra desde 1513; la muestra marca un límite entre las obras realizadas por Rafael y las elaboradas con la participación de sus discípulos. Para entonces Rafael llevaba cinco años en Roma decorando las estancias vaticanas y trabajando por encargo. Fue uno de los tres mosqueteros del Cinquecento junto, a Leonardo da Vinci y Miguel Ángel, pero Rafael murió más joven que éstos y consiguió fijar los parámetros de la pintura académica durante tres siglos, conjugando la estética a partir del claro- oscuro, el contraposto o la composición diagonal. Su exquisitez en el trato con sus clientes le garantizaron un éxito que hizo que se le acumulara el trabajo y a formar un taller donde él supervisaba y diseñaba la composición de los encargos que realizaban sus discípulos. Lo importante para Rafael era la idea, no la ejecución, donde la belleza se concibe en la armonía de proporciones, expresión innata de objetividad con una carga de naturaleza espiritual. Renace el Alto Renacimiento en nuestro museo más internacional, con cuarenta y cuatro pinturas, veintiocho dibujos, una pieza arqueológica y un tapiz, entre ellos los cuadros que el mismo museo conserva de su etapa madura como el lienzo recién restaurado, «El Pasmo de Sicilia». Tornemos la vista hacia la belleza, se mida con el canon que se mida, volvamos la mirada periférica a El Prado, porque no hay límites en el «sfumato».