Artistas
Resistir es ganar
Previsible, pragmático, austero y riguroso hasta la extenuación en la cifra, en el detalle de cada propuesta, de cada «papel» con el que trabaja. Habrá que ver hasta qué punto estas cualidades que le atribuyen en su partido le servirán de escudo para protegerse de lo que hoy se le viene encima. También habrá que ver cómo ajusta al Palacio de la Moncloa esa manera de tomar decisiones que tanto le han criticado cuando las cosas le iban mal al PP, y que hasta alguno de sus críticos han convertido en ejemplo a seguir cuando las cosas empezaron a ir muy bien. Hoy Mariano Rajoy es la confirmación de que resistir es ganar. En «El arte de la guerra», el mejor libro de estrategia de todos los tiempos, Sun Tzu sostenía que si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas; que nunca se debe atacar por cólera y con prisas; o que la mejor victoria es vencer sin combatir y ésa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante. Lo haya o no tomado expresamente como referente, y le vaya a servir o no para enfrentar el futuro, bastante de esto hay en la historia del presidente del Gobierno del que se espera, porque no le queda otra opción, que sea el Hércules que limpia los establos de Augías y que nos trae las manzanas del jardín de las Hespérides. Rajoy vuelve a La Moncloa ocho años después con una maleta algo más pesada, en experiencia y en equipo. En su trayectoria política nunca ha sido de camarillas ni de círculos de afines. Ha viajado de un cargo a otro ligero de equipaje y ahora más que nunca presume de que está libre de hipotecas, con los suyos, y sobre todo, con los de fuera del partido, sean poder económico, mediático o lo que sean. Su pragmatismo es el que le llevará a hacer como que la cuenta está en blanco para todo el mundo, aunque él no olvide quién le sostuvo cuando el viento de su segunda derrota electoral desató un maremoto dentro del PP. El poder cambia siempre, pero a partir de esa prevención, del Rajoy que hoy empezará a poner en marcha su Gobierno no cabe esperar pirotecnia política ni exhibicionismos ni tampoco el liderazgo envolvente de la persuasión. En estos años, sobre todo en los últimos cuatro, ha dado la vuelta a su partido y hasta a su estrategia y a su discurso. Pero a su manera, en voz baja. Sus colaboradores no temen sus broncas ni sus gritos, sino sus silencios y su educada manera de esquivar aquello que por lo que sea le hace sentirse incómodo. Rajoy no es de «noes», sino que ejerce de gallego y prefiere el «bueno» que luego puede acabar siendo «no». Si de él depende, prefiere gestionar el problema con calma, rodearle en lugar de embestirle. A la presidencia del Gobierno llega sin haberse curado de su timidez y habiendo aprendido que la política en primera línea es una carga más pesada cuando a uno en el viaje le acompañan dos niños. Los tranquilos paseos por la orilla del mar de Sanxenxo o por las playas canarias pasaron hace tiempo a mejor vida, y también hace tiempo que fue restringiendo las visitas al campo de fútbol del Real Madrid, uno de los mayores placeres para su hijo Mariano, porque se dio cuenta de que causaba demasiadas molestias a los demás aficionados. Entre las tantas preocupaciones con las que hoy se ha despertado, en un rincón está agazapada su inquietud por la adaptación de su esposa, poco aficionada a los flashes, y de sus hijos a la nueva vida que empieza. Rajoy es muy familiar; está estrechamente ligado a su padre, por el que siente devoción, y a sus hermanos. De hecho, vive pared con pared con su hermana, de quien se dice que es una de las personas a quien más consulta. Su momento más duro en la vida fue la pérdida de su madre, que era la que llevaba el peso de una casa «matriarcal», de provincias, de clase media-alta y en la que no había carencias, pero que optó por educar a los hijos sin lujos e inculcándoles cada día que lo más importante en la vida es una buena formación y una buena educación. De esa educación que le dieron en casa queda el hombre que valora el currículum, el opositor que se aprende las asignaturas al detalle. Y ese hombre que es feliz en una tarde de domingo con la tele de fondo, mejor si son deportes, fumando un puro y con una cerveza; o leyendo una novela de historia; o paseando, mientras su hijo Mariano le sigue en su bicicleta. Un hombre normal.
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