Radio
Tertulias por Alfonso Ussía
Las tertulias políticas de las cadenas de radio y televisión no tienen pase. Además de un tostón, son un fraude. Nadie puede opinar con esa seguridad de lo que se acaba de enterar. Luis Del Olmo fue el pionero, y quien escribe, desde muy jovencito, participó en ellas. Pero eran muy diferentes. Había respeto, cordialidad y variedad. En la que yo participaba al principio, Luis del Olmo convocaba a Juan Antonio Vallejo-Nágera, Alberto Closas y Manu Leguineche. La política no predominaba sobre la sociedad, las artes, los libros, los estrenos, el cine y la música. Años más tarde –todos le copiaban a Luis–, Del Olmo cometió un error. Invitó a los representantes de los partidos políticos, y aquella frescura civilizada se echó a perder. Existen «tertulianos» políticos de grandísima altura, como Joaquín Leguina o Pablo Castellanos, es decir, exiliados por su amor a la libertad y a su verdad de la disciplina partidista. Ahora, los comisarios políticos han cedido el sitio a personajes de los medios de comunicación que cumplen con los dogmas de los partidos, que a la postre, es lo mismo.
En las últimas tertulias en las que participé, en la COPE y el programa de mi querido amigo Ernesto Sáenz de Buruaga, hubo muchas mañanas en las que me asaltó Morfeo. Caía en un invencible estado de somnolencia, a pesar del interés de los asuntos que se trataban y de la importancia de los invitados. No obstante, creo que el formato ha perdido todo su atractivo. Los oyentes sintonizan con las emisoras cuya línea editorial se acerca más a su ideología. Oyen lo que desean oír, y huyen de la opinión adversa. Me parece muy bien porque siempre es más agradable coincidir en la opinión que enfadarse con ella. Por mi parte, jamás he sintonizado con la SER, no por rechazo a sus vertientes, sino por pereza.
Lo bueno no tiene que morir, y creo que ha llegado el momento de retroceder al formato libre, abierto y culto que inventó Luis Del Olmo treinta años atrás. Del mismo modo, sería de agradecer que los tertulianos regularan sus asistencias. Se ha dado el caso de oír a uno de ellos por la radio al mismo tiempo que aparecía en una tertulia de televisión. Los hay que hacen bolos por las autonómicas, y se pasan el día opinando de lo que no pueden opinar porque les falta el tiempo necesario para hacerlo. Se decía de Franco una mañana de audiencias. La primera era a los Amigos de los Cigarrales de Toledo, y la presidía don Gregorio Marañón Moya, que por otra parte, era una gran persona. La segunda de la mañana correspondió a la junta directiva de la restauración de castillos, y la presidía asimismo don Gregorio Marañón Moya. La tercera y la cuarta pasaron de largo. La última, la de mayor importancia, era al Consejo del Instituto de Cultura Hispánica, presidido por don Gregorio Marañón Moya. Así que, al saludar Marañón por tercera vez a Franco en una sola mañana, el Jefe del Estado le preguntó: –Marañón, ¿ y usted cuándo trabaja?
Llevo más de dos años sin oír por la radio o buscar en una cadena de televisión una tertulia, y me considero –dentro de lo que cabe– bastante bien informado. Leo los periódicos, oigo las noticias y sigo las últimas novedades por la Red. No necesito que el político de turno me explique lo bueno que es el PP y lo malo que es el PSOE, o lo bueno que es el PSOE y lo malo que es el PP, porque la valoración en cada caso concreto, es un derecho individual que nadie puede arrebatarme. Cuando se aprecia una mesa de tertulia, ya se sabe qué van a decir unos o qué van a ulular otros, porque dentro de la gran masa de tertulianos hay personas educadas y cultas del mismo modo que abundan los faltones y los marrulleros. Si estas tertulias se enriquecieran con humanistas, académicos, médicos, militares y otras personas alejadas de la política y los medios de comunicación, tendrían otra dimensión, mucho más rica. Sin olvidar a los jóvenes, imprescindibles para conocer la dureza, la exigencia y la prioridad que demanda el futuro.
Volver hacia atrás no es un error. Es un acierto cuando lo de antaño era más interesante que lo de hogaño. Así de sencillo.
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