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La Razón
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Toda la ilusión que ofrece hoy el zapaterismo rampante es la de ocupar las carteras que dejará previsiblemente libres Rubalcaba en su retirada. El triministro tenía que haber dado el paso antes, pero se ve que no lo tiene claro. Dejar de mandar sobre la Policía y el CESID para recluirse en el edificio Semillas de Moncloa no es algo que le pueda apetecer a nadie, por mucho afán de poder futuro que se pueda tener.

«Llámame Alfredo» va a dejar huérfanas las carteras de Interior y del Portavoz no porque le apetezca hacerlo, sino porque le obligan las circunstancias. Y anda el hombre inquieto, deshojando la margarita sobre a quién poner en tales puestos de extrema confianza.

Al sucesor de Zapatero le gustaría que de Interior se ocupara su otro-yo Rodolfo Ares, hombre de su entera confianza en el País Vasco, aunque sabe que por tal capricho habrá de pagar la soldada de perderlo en el territorio Bildu.

Si Ares lo rechaza, siempre tendrá la opción de acudir a Camacho, su segundo en Interior, que no quiere el cargo ni atado, aunque lo aceptará si no tiene más remedio. Camacho prefiere seguir de segundo sin necesidad de exponerse a las balas peperas a cuenta del «Faisán».

Para el hueco en la Portavocía no habrá tanto problema: a Jáuregui le va como anillo al dedo. Es más, dicen en Ferraz que lo hará mucho mejor que el propio Rubalcaba.