La entrevista de Amilibia
A Svetlana
Le rechazó en la tele casi en voz baja, con miedo, pero le rechazó. Una valiente
Ricardo Antonio N.R., finalmente, ha sido condenado. Ricardo Antonio N.R. tendrá que pasar veintiún años en la cárcel, y si Dios no lo remedia y algún juez de vigilancia penitenciaria no lo evita, espero que pase esos veintiún años completos, repletos y jodidamente largos entre rejas. Ricardo Antonio N.R. se ha ganado la pena a pulso, aunque le ha salido el horror baratísimo. Diecinueve de esos veintiún años se los merece por asesinar a su ex novia rebanándole el cuello con un cuchillo, y dos años, dos cochinos años nada más, por maltratarla habitualmente. Vista la sentencia, si yo fuera Svetlana Orlova, y si no me hubiera asesinado ya Ricardo Antonio N.R., me querría morir ahora mismo. Svetlana Orlova, allá donde esté, respirará en este momento tranquila. Tranquila por haberse muerto, porque su ex novio fuera tan certero degollándola, por haberse desangrado enseguida y sin hacer mucho ruido gracias a la saña del sujeto y por haber manchado lo justo como para que las pruebas fueran concluyentes. Pero sobre todo, por haberse muerto. Si Svetlana Orlova siguiera viva, y si hubiera encontrado el coraje y las fuerzas suficientes como para denunciar a Ricardo Antonio N.R. por maltrato habitual, su tranquilidad hubiera durado, como mucho, dos años. Dos años antes de volver a morirse de nuevo. Dos años antes de machacarse por las dudas que generan los mecanismos de protección, a los que de vez en cuando les falla la pila o van a 125 en vez de a 220. Dos años para pensar si aquella denuncia le había merecido la pena. Esta temporada volverán a darnos la turra a las mujeres para insistirnos en que la denuncia es el único camino. Volverán a mirar con incomprensión a las que no lo hacen, y con pena a las que las retiran. Volverán a decirnos que Rihanna se casa con Cris Brown porque a Rihanna le ocurre lo que a todas las mujeres maltratadas: que, en el fondo, no pueden vivir sin ellos. Efectivamente, no se puede. Una mujer maltratada está anulada, noqueada, indefensa. Está perdida. Y nadie sabe traducir ese temor. Svetlana se murió y antes le había dicho a su asesino, delante de toda España, que no. Que no quería volverle a ver. Le rechazó en la tele casi en voz baja, con miedo, pero le rechazó. Una valiente. Mi recuerdo sincero para ella.
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