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Un movimiento de liberación, que ha renunciado a la acción armada y que propugna para Irán un programa de reformas que situarían a este país entre las sociedades más avanzadas, ha sido clasificado como terrorista por el Departamento de Estado y por el Consejo de la UE Hace dos semanas visité, encabezando una delegación del Intergrupo «Amigos de un Irán libre» del Parlamento Europeo, el campo de refugiados que la organización iraní Mujaidines del Pueblo tiene en el nordeste de Irak, en un punto próximo a la frontera con la República Islámica. Este movimiento fue fundado en época del último Sha, y desde entonces ha sostenido una lucha tenaz contra los totalitarismos que han oprimido Irán a lo largo de su agitado devenir durante la segunda mitad del siglo XX, primero la autocracia de Reza Pahlevi y después el inicuo régimen teocrático de los ayatolás, uno de los sistemas políticos más brutales y crueles que ha conocido la historia contemporánea. Hoy los Mujaidines del Pueblo son el componente principal de la plataforma multipartidista denominada Consejo Nacional de la Resistencia de Irán, que preside una mujer admirable, Maryam Rajavi, cuya heroica tenacidad -baste decir que dos de sus hermanas murieron asesinadas por los sicarios de Jomeiny- ha conseguido que su movimiento disfrute de un creciente apoyo en Europa y en Estados Unidos y sea, sin duda alguna, la mejor esperanza para millones de sus compatriotas que padecen el despotismo fanático del gigantesco aparato de represión, de tortura, de proliferación nuclear y de fomento del terrorismo internacional que es hoy el Estado iraní. Gracias a la colaboración que mantengo, junto con otros muchos colegas del Parlamento Europeo de diversas filiaciones ideológicas, con el CNRI prácticamente a partir del momento en que llegué a Bruselas en 1999, he podido vivir algunas de las experiencias más emotivas y extraordinarias de mi dilatada vida política. En dos ocasiones he tenido la oportunidad de dirigir la palabra a audiencias de más de cincuenta mil iranís en el exilio, entusiastas simpatizantes del CNRI y entregados seguidores de Maryam Rajavi, en reuniones multitudinarias celebradas en las cercanías de París, en un clima de fervor democrático y de abnegada determinación que tanto a mí como a los restantes representantes del Parlamento Europeo, del Congreso norteamericano y de varias Cámaras nacionales de nuestro continente que tuvimos el privilegio de participar, nos conmovió hasta extremos difíciles de describir. En las numerosas reuniones de trabajo mantenidas con los dirigentes de la oposición democrática a los ayatolás he podido constatar la nobleza de sus intenciones, la altura de sus planteamientos y la absoluta honradez que informa sus actuaciones. Sin embargo, para su desgracia y nuestra vergüenza, un movimiento de liberación que ha renunciado a la acción armada y que propugna para Irán un programa de reformas que situaría a este país entre las sociedades abiertas más avanzadas del mundo, ha sido clasificado como terrorista por el Departamento de Estado estadounidense y por el Consejo de la Unión Europea. Los motivos para una medida tan injustificable como ruín están a la vista: contratos billonarios para empresas europeas que operan en Irán por un lado y el vano intento de apaciguar a los ayatolás en su fomento del terrorismo y en su porfía por dotarse de armamento nuclear por otro. Hasta tal punto es incompatible con la legalidad esta decisión que por cuatro veces los tribunales han dado la razón a los Mujaidines del Pueblo de Irán y han declarado ilegal su inclusión en la lista terrorista. El Tribunal de Primera Instancia de la Unión Europea, en sucesivas sentencias emitidas en diciembre de 2006 y en octubre de 2008, así como la High Court británica en sentencia de noviembre de 2007 y con carácter definitivo y firme la Court of Appeal en mayo de 2008, han considerado contrario a derecho el etiquetado de los Mujaidines como terroristas. Pese a ello, el Consejo de Ministros de la Unión todavía no ha corregido esta situación, inaceptable y bochornosa desde una perspectiva legal y desde una perspectiva ética. En este contexto, nuestra visita a Ashraf ha tenido un significado muy especial. Se trataba de dar moral a esos tres mil hombres y mujeres iranís que han construido en pleno desierto una ciudad perfectamente equipada, con residencias, centros de formación, hospital, museos, talleres mecánicos y eléctricos, monumentos, jardines, huertas y probablemente el único arbolado de miles de kilómetros cuadrados a la redonda. Gentes capaces de hacer florecer en la seca y tórrida planicie iraquí semejante centro de civilidad, trabajo, orden, limpieza y disciplina, con apenas medios, sometidos a todo tipo de peligros, únicamente a base de ingenio, esfuerzo, creatividad y voluntad, merecen todo el apoyo de Occidente y no ser tratados como moneda de cambio para obtener ventajas más que dudosas frente a la intimidación de un régimen criminal. El Irán de los ayatolás es en la actualidad la peor amenaza a la paz y la estabilidad del planeta de entre las muchas a las que nos enfrentamos y provoca estupor, cuando no indignación, la torpeza y la inmoralidad de la estrategia seguida por la Unión Europea y por Estados Unidos para neutralizarla.