Historia

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Como a los jabalíes

La Razón
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Hacen mal los periodistas que les suponen a los terroristas una sofisticada capacidad para matar, como si cada una de sus operaciones fuese el resultado de arduos y complicados preparativos sólo al alcance de unas pocas mentes selectas en las que la determinación de asesinar se mezclase admirablemente con la propensión al arte, dejando algunos colegas míos entrever que ETA funciona con una minuciosa perfección de relojería que sólo cabe imaginar que pueda darse cuando se combinan la frialdad, la danza y la muerte. Son ganas de mitificar el crimen. En realidad cualquiera de nosotros puede matar. Basta con carecer de sentimientos y disponer de una víctima. Si asesinar fuese algo complejo para lo que se requiere sensatez e inteligencia, la muerte sería una carrera universitaria tanto como lo es la medicina. En un mundo en el que lo más fácil coincide a menudo con lo peor, para lo que de verdad se necesita sabiduría es precisamente para no matar. Asestar un martillazo en el vientre de una mujer embarazada es más fácil que ayudarle a parir, tan fácil como colocar una bomba debajo de un coche, disparar en la nuca de un hombre o volar un cuartel. Por eso sorprende que alguien se muestre admirado por la supuesta sagacidad de los terroristas para cometer sus atentados. No seamos memos y entendamos de una vez por todas que desempeñar la furia y el pánico es algo al alcance de cualquiera. Esa falsa audacia del terror se da en las mentes enfermas con la misma asombrosa facilidad y por la misma razón que se dan con tanta naturalidad las moscas en la mierda. No se necesita grandes ni sofisticados preparativos para asesinar a alguien. Cualquiera que tenga un brazo puede empuñar una pistola si al final del brazo tiene una mano; y cualquiera que empuña una pistola y tiene dedos, puede apretar el gatillo. El resto lo hace por sí misma la bala, de modo que el terrorista, como cualquier buey, se limita a no temblar. Aquí lo único sofisticado es la admirable entereza de los hombres y mujeres que soportamos estoicamente el dolor hasta que decidamos que a los terroristas que nos interrumpen la cena hay que diezmarlos por la misma razón por la que diezmamos a los jabalíes cuando nos asolan los sembrados. A fin de cuentas, la idea de matar es de la misma naturaleza animal que la obsesión de embestir.