Literatura
Cuentos inofensivos
Ricardo Menéndez Salmón dio un merecido salto al panorama literario nacional hace unos meses con su quinta novela, «La ofensa», una fábula de historia sencilla y prosa elegante capaz de sacar partido de la sugerencia que recibió la elogiosa bienvenida crítica propia de un debut literario.
Todo debut literario, más aún si uno lleva años de oficio esperándolo, tiende a volverse a la larga un arma de doble filo para el escritor, que puede sentirse, de forma más o menos consciente según el caso, tan comprensiblemente interesado como inevitablemente presionado por mantener y mantenerse en esa prometedora nebulosa.
Digo esto porque esa es la impresión que he tenido al leer el nuevo libro de Menéndez Salmón, «Gritar», una colección de relatos breves –nueve en total– que, además de cumplir bajo mínimos la medida física de lo que –puede parecer una banalidad, pero a los lectores nos funciona– se considera un libro, deja, una vez leído, un sabor de cierto aire de improvisación que, aunque pueda entenderse dentro de cada historia como una forma de dejar espacio a la sugerencia y, por tanto, de ejercicio de un estilo que ya vimos en «La ofensa», sin embargo no consigue evitar la sensación de debilidad narrativa en el conjunto de los relatos.
Me explico. Los de «Gritar» son de ese tipo de relatos que podemos llamar «impresionistas», puesto que sus historias se construyen a partir de una imagen o mínima anécdota que se va amplificando a través de pinceladas sentimentales y gracias al eficaz manejo de una prosa elegante, sutil y llena de resonancias literarias. Así, del mismo modo que ocurría en «La ofensa», Menéndez Salmón consigue construir una atmósfera emocional en la que a los lectores nos gusta reconocernos y que nos hace compartir fácilmente, por ejemplo, la perturbadora sensación de un fantasmal encuentro amoroso; el inquietante silencio que subyace en una relación de pareja cuando se entrecruza el recuerdo de antiguos amores; la extraña satisfacción que puede provocar alquilar una habitación para gritar; o el desconcierto de un personaje que ve arder silenciosamente a un hombre en su jardín en un momento en el que procura distraer la agonía de su padre mirando por la ventana a su vecina embarazada.
Sin embargo, el relato es un género, frente a la novela, que, además de intensidad, exige una concentración y tensión que aquí acaba por diluirse en un mar de posibilidades sentimentales o, dicho de otro modo, en la luminosa apariencia de un lenguaje que sabe persuadir pero no deja claro qué quiere contar.
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