España

«Digamos un no rotundo a ETA»

El féretro con los restos mortales de Puelles es llevado ayer a hombros por sus compañeros al término de la ceremonia religiosa en la iglesia de San José de Bilbao
El féretro con los restos mortales de Puelles es llevado ayer a hombros por sus compañeros al término de la ceremonia religiosa en la iglesia de San José de Bilbaolarazon

BILBAO- La iglesia de San José mordía ayer el dolor. Cientos de personas se concentraban a las puertas formando un pasillo humano para rendir el último adiós a Eduardo Puelles, asesinado por ETA en Arrigorriaga. Los restos mortales llegaron al templo arropados por la bandera de España y el aplauso incansable de los que allí se encontraban. La Guardia Civil, la Policía Nacional, la Ertzaintza y la Policía Local lo custodiaban. Detrás, su viuda, con el alma rota pero el gesto orgulloso por el marido ejemplar, el héroe, mirando al cielo y al féretro alternativamente. A su lado, sus dos hijos, Rubén y Asier. Ninguno de ellos quiso llorar en esa entrada a la iglesia. Era como decirles a los asesinos que ahí estaban ellos, y con ellos toda España.Antes de entrar en la iglesia, donde ya esperaban los Príncipes y las autoridades políticas, con la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega a la cabeza, la banda de música de la Policía interpretaba el himno nacional en medio de un respetuoso silencio. A su término, los cientos de ciudadanos congregados prorrumpieron en una ovación mezclada con «vivas» a España y al policía asesinado. En el emotivo y multitudinario funeral, el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, pidió en su homilía un «no rotundo e inequívoco al terrorismo, con la cabeza y el corazón, en la conciencia y en la calle». El prelado trasladó a la familia de Puelles su condolencia por «la desolación que os ha inundado al veros privados súbita e injustamente de vuestro esposo y padre». Acto seguido les animó: «No estáis solos», «la solidaridad de todos será como un bálsamo que os alivie y conforte».El mensaje del obispo a la sociedad fue claro. Más allá del «no rotundo» a la banda terrorista, Blázquez pidio a la sociedad que continúe «con paso firme en el camino que conduzca a la desaparición de ETA, que tanto daño nos ha causado». Cada víctima mortal del terrorismo, añadió, «es un clamor que exige, con la fuerza de la sangre injustamente vertida, respeto a la vida y libertad para todos». Así, recalcó que «la memoria de las víctimas es un recordatorio permanente para que la sociedad continúe rechazando enérgicamente la violencia y desenmascarando sus propósitos. Deslegitimar en todos los aspectos el terrorismo es un ejercicio de clarificación que contribuye de manera eficaz a que la luz de la verdad venza a las tinieblas de los pretextos y engaños». Unidad y agradecimientoNo quiso acabar el prelado sin animar a todos a una «unidad clara y perseverante» contra ETA porque esta unidad, dijo, «es la condición eficaz para vencerla pronto». Por último, expresó a los compañeros del inspector asesinado y al resto de miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado su apoyo y gratitud por «proteger nuestra libertad y convivencia, corriendo en ocasiones serios riesgos para su vida».La emotiva ceremonia concluyó con un sentido abrazo de Don Felipe y Doña Letizia a la viuda y los hijos de Eduardo Puelles. Uno a uno, los Príncipes mostraron sus condolencias y apoyo a familiares, amigos y compañeros del último asesinado por la banda terrorista. Volvieron a hacerlo a la salida de la iglesia, cuando el féretro abandonaba el templo y la viuda acariciaba la madera que contenía los restos del héroe de Arrigorriaga. Un abrazo, el de Don Felipe, que era el abrazo de todos los españoles, de todos los congregados frente a ellos que no podían acercarse a la viuda, pero que con su aplauso lo decían todo.Gritos de «¡valiente!»En el templo abarrotado todo había sido silencio y homenaje. Sólo al final, cuando sonaba el «Agur Jaunak», un himno vasco de respeto, algunos ciudadanos no pudieron contener las lágrimas. Fuera era el clamor, la solidaridad expresada al grito de «¡valiente!» que el hermano de Puelles, ertzaina, agradecía saludando. Al compás de la marcha fúnebre, los restos del hombre que pagó con su vida el odio irracional de una banda vil y asesina salían de la iglesia de San José, sobre los hombros de los mismos hombres que lo llevaron desde la capilla ardiente, acompañados de coronas de flores, de miradas, unas perdidas, otras enrabietadas, otras decididas a acabar con ese dolor que ya dura demasiados años, con esa barbarie que ya ha provocado demasiadas veces esa escena. Y bajo esas notas un compañero del inspector entregaba la bandera de España a su viuda, que la estrechaba contra su pecho. Antes de que el féretro partiera hacia el cementerio, los Príncipes volvieron a acercarse a la viuda y los hijos. Abrazos, palabras de ánimo y una imagen. El Príncipe, frente con frente con el pequeño de los hijos, Asier, que le ponía al Heredero la mano en el hombro mientras se miraban a los ojos en un susurro de aliento.La viuda, ahora sí descompuesta, se acercaba al coche fúnebre, depositaba una rosa sobre el féretro y lanzaba un beso y un dolor en tres palabras: «Adiós, mi amor».

Su hijo quiere ser policíaRubén, el hijo mayor del agente asesinado por ETA, manifestó ante las autoridades su deseo de ser «policía nacional como mi padre», según han informado a LA RAZÓN fuentes antiterroristas. En la capilla ardiente y durante el funeral de Eduardo Puelles se vivieron escenas de intenso dramatismo y, en un momento determinado, el joven, de 20 años, dijo ante el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, y el consejero de Interior vasco, Rodolfo Ares, que su deseo sería continuar la carrera de su padre. Se le sugirió entonces la posibilidad de ser ertzaina, como su tío, pero Rubén afirmó resolutivo que no, que «yo quiero ser policía nacional». Rubalcaba, según las citadas fuentes, le mostró, como había hecho en todo momento con la familia, su afecto y le dijo que tomaba nota de una decisión tan importante, informa J. M. Zuloaga.