Estados Unidos
EEUU se olvida del debate sobre las armas diez años después de la masacre de Columbine
El lunes 20 de abril de 1999, los estudiantes Eric Harris y Dylan Klebold irrumpían en el Instituto Columbine de Littleton (Colorado) armados hasta los dientes: dos escopetas recortadas, una carabina semiautomática de 9mm., y una subametralladora TEC-9. En 49 minutos, acabaron con la vida de 12 estudiantes, un profesor y, finalmente, con la suya propia. Columbine no es la primera masacre en una institución educativa de la que se tiene constancia. Tampoco sería la última, ni la más sangrienta --sin ir más lejos, Cho Seung Hui asesinó en 2007 a 32 personas en el Tecnológico de Virginia-- pero fue la primera masacre de la nueva era de la comunicación, la primera situación con rehenes de la época de los teléfonos móviles, y la primera que gozó de una amplia y exhaustiva cobertura minuto a minuto por los medios. La masacre de Columbine fue el núcleo temático del documental más conocido de los últimos 50 años, 'Bowling for Columbine', de Michael Moore, y fue reproducida en el ámbito de la ficción, con mayor o menor fidelidad pero con indudable impacto, por el cineasta Gus Van Sant en 'Elephant'. Se convirtió en el lamentable estándar por el que serían medidas el resto de masacres que vendrían a continuación. La tragedia de Littleton terminó por insertarse en el subconsciente colectivo de los norteamericanos y sirvió para que público y legisladores se enzarzaran en un debate político sobre el control de las armas en Estados Unidos, y la posesión de un arma de fuego como derecho estipulado en la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense. Pero también porque los asesinos conocían a sus víctimas, habían comido con ellas, estudiado con ellas y porque en el fondo eran todos adolescentes en una sociedad del primer mundo y ese tipo de cosas no deberían pasar allí. "No eran empollones, ni descastados, ni frikis", apunta al magazine 'Time' el periodista Dave Cullen, autor del libro 'Columbine', que se publica esta semana en Estados Unidos. El consenso general entre los psicólogos es que el extrovertido Harris escondía una gravísima tendencia psicópata que pasó desapercibida hasta el día de la masacre. Klebold, sin embargo, era un enorme muchacho inseguro de casi 1,90 que podría ser víctima de frecuentes ataques de depresión. "Harris era un homicida programado para matar, que tenía un diario personal llamado 'El Libro de Dios', y que escribía en una página web en la que abogaba constantemente por "dañar y matar a tantos de esos cabrones (sus compañeros) como sea posible". "Klebold es el caso más perturbador", escribe Cullen, "porque en el fondo era el más parecido a nosotros. Si hay una lección aquí, hay que aprenderla de él: podía amar y odiar como el resto de las personas. Descartó ambas opciones". CONTRA LAS ARMAS Columbine destapó una ola de críticas generalizadas contra la normativa estadounidense que regula la posesión de armas y, concretamente, contra su principal organización defensora: la Asociación Nacional del Rifle (NRA) y su por entonces máximo representante, el actor Charlton Heston. Hace ocho años, las encuestas revelaban que más de la mitad de la población, un 54 por ciento, se mostraba a favor de la inserción de una legislación más estricta. Hoy en día, el apoyo registra un mínimo histórico del 39 por ciento, según una encuesta realizada la semana pasada por la cadena estadounidense CNN. El debate ya no parte de la opinión pública, sino de organizaciones específicamente creadas para impedir la proliferación de las armas de fuego. Y tienen trabajo, porque desde 2003, al menos ocho estados han aprobado o bien nuevas leyes que amplían el derecho a la posesión de armas de fuego, o bien normativas que dificultan a la Policía negar los permisos de posesión. Valga como ejemplo más agresivo el de Montana: el Congreso estadounidense consiguió a última hora eliminar un texto clave para una normativa que habría permitido a cualquier ciudadano portar un arma de fuego, con o sin permiso. Otra tendencia que se ha instaurado durante los últimos dos años es la de la llamada Doctrina Castle (o "Ley Alégrame el Día", en honor al personaje Harry el Sucio), que es una teoría legal poco menos que pontificada por la Asociación Nacional del Rifle, y por la que se justifica relativamente el uso de fuerza letal dentro de los límites del domicilio privado. La doctrina recomienda evitar cualquier tipo de confrontación a no ser que sea el último recurso -tras haber intentado infructuosamente abandonar la casa para evitar encontrarse con el asaltante-, pero la interpretación que hace la NRA es "primero dispara, no hace falta preguntar después", y por ello han iniciado una campaña para convertir la doctrina en estatuto legal (y lo han conseguido en Alabama, Arizona, Georgia, Idaho, Indiana, Kentucky, Mississippi, y Dakota del Sur). Texas va un paso más allá: desde 2007, cualquiera puede disparar en defensa propia no sólo en su casa, sino también desde su coche o en su trabajo. En Kentucky cualquier sacerdote, pastor o ministro contaba con el derecho legal de acudir armado al púlpito. Un año después de Columbine, la legislación fue modificada y ahora se deja a cada parroquia aplicar libremente esta medida. El cambio más sustancial tuvo lugar, sin embargo, en el Tribunal Supremo, que decidió relajar la que había sido la legislación contra las armas más contundente del país: la suspensión de la Ley para la Regulación de Armas de Fuego de 1975 que prohibía la posesión de armas de fuego en Washington D.C. --una ciudad que en 1995 llegó a registrar 2.661 homicidios--. Era la segunda vez que el Tribunal Supremo sentenciaba un caso enraizado en el derecho a portar armas en 70 años. Según el parecer del Tribunal, la Segunda Enmienda garantiza los derechos del ciudadano por encima de la comunidad entera. Por ello, la legislación fue suspendida. El año pasado, en Washington D.C., se registraron "sólo"poco más de 1.400 homicidios, pero todavía es pronto para encontrar una relación de causa-efecto, porque muy pocos casos han recurrido a la sentencia del Supremo. Esta semana, se prepara una multitudinaria manifestación en el Capitolio. Sus organizadores son los estudiantes de la universidad de Texas. El motivo es el intento de los legisladores texanos de aprobar una nueva ley que permita a los estudiantes universitarios portar armas en las universidades (algo que ya está permitido en Utah). Para el portavoz estudiantil John Woods, "la gente no se dio cuenta del problema que suponía hasta que no lo tuvieron encima". "Es una idea terrible. ¿Por qué el Gobierno iba a considerar una circunstancia como ésta?", se preguntó.
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