Museos
El 2 de TITA
eo apasionado la última y documentada novela de Arturo Pérez-Reverte, «Un Día de Cólera», ese 2 de mayo de 1808 que marca la Historia de Madrid. Un pueblo levantado contra el imperio napoleónico. Los afrancesados en sus casas, temerosos. Los militares españoles sin municiones por órdenes de Murat. Velarde colérico, Daoiz, frío y calculador. El pueblo encorajinado. La sangre de los franceses y los españoles revuelta y reunida en un océano callejero de patriotismo, dignidad y odio. Y aquí, al gran Arturo se le escapa un dato fundamental. Los generales Grouchy y Rigaud, al mando de sus coraceros, jinetes polacos y mamelucos, alcanzan el Prado. Y Grouchy, vuelto hacia Rigaud, le da una orden confusa. «Ataque sin piedad, pero si ve a una señora atada a un árbol, que nadie la toque. Es la baronesa Thyssen, que está protestando».
Decididamente, para reformar el eje Prado-Recoletos hay que ser más Thyssen que Alcalde. A Ruiz-Gallardón le convendría recordar la sentencia heroica de Méndez Núñez. «Más vale honra sin Thyssen que Thyssen sin honra». Según la traviesa baronesa, que los arquitectos la han tomado con su museo, y que ahora vale lo que antes desestimó, y que de llevarse a cabo la reforma, ella se larga con los cuadros a otra parte, porqué se trata mejor al Museo del Prado que al suyo. El Museo Thyssen Borneszmiza es extraordinario, pero comparado con el Prado no tiene mucho que hacer. «No van a quitar ningún árbol y van a plantar más, pero la sombra será para los coches, no para los peatones». Eso, señora baronesa, no depende del todo del Alcalde ni de los arquitectos, sino del sol. Las sombras se mueven al ritmo que el sol impone, y unas horas refrescarán a los conductores y otras a los viandantes, como es natural y justo. Las protestas de la baronesa están alcanzando el nivel de lo inadmisible, y siempre el chantaje a punto de cauce. «Me llevo la colección a otra parte». Pues qué le vamos a hacer. Incumpliría la promesa que su marido, el barón Thyssen, hizo ante los Reyes, el Conde de Barcelona y cien invitados más, entre los que yo me encontraba, en su «Pagoda» moralejera una noche de verano recién nacido. «Para siempre en España». Me entristecerá no volver a hablar, durante horas y horas, mirándola mientras ella me ignora, con Giovanna Tornabuoni, la «madonna» anaranjada de Doménico Ghirlandaio, para mí y respetando la sensibilidad de todos, la joya indiscutible de la colección permanente expuesta en el Palacio de Villahermosa. Pero no supondrá una tragedia, porque allá donde se halle, seguiré visitándola, aunque ella insista en regalarme sólo su perfil.
En esta ocasión, la baronesa Thyssen se ha levantado en armas contra el proyecto en soledad, sin contar con Pilar Bardem, lo que tiene más mérito. Pero con mérito o no, lo que no puede la ciudad de Madrid es seguir pendiente de las exigencias de una particular, por muy baronesa Thyssen que se titule y muchas sean las maravillosas obras de arte que su Museo ofrezca. En toda reforma hay ventajas e inconvenientes, y la baronesa no puede quejarse del trato recibido y la aceptación de sus quejas por parte del Ayuntamiento. El 2 de Tita no merece una novela.
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