Crítica de libros

El aplauso

La Razón
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Alvite, lo mejor que se cuece por aquí y si no lo leen mal hecho, confesaba el otro día que, incapaz de asumir las mieles del éxito, prefería vivir con la amarga sensación de que jamás en la vida alguien le regalaría un aplauso. Ahí van dos. Otros, no sé si tocados por la varita del narcisismo o porque la gloria, aun efímera y de saldo, siempre cuela a la hora de engordar egos, asumen la palmetada como algo merecido, tal si no quisieran ver que, hoy en día, cualquiera aplaude a cambio de un bocata de calamares. Ahí están los programas de la tele, donde el público jalea sin ton ni son confiando en que un aperitivo a cinco metros de la artista invitada compense tamaña demostración de júbilo. Y así hasta el intermedio. Visto de tal forma porque de otra manera nanay, el aplauso parece tan devaluado que mejor si Alvite y otros como él siguen atados al silencio, al mutis por el foro mientras escriben como dios, mientras disimulan vergonzosos su talento en lo que el resto se arrebola ante becerros de oro; el berreo convertido en «best-seller» funcional. Sin embargo, quienes nacimos en una generación tan narcisista como para conocer cada recodo de nuestro ombligo, cada arista de nuestros espejos, sí aspiramos en secreto a un leve murmullo aprobatorio. Aunque sólo sea. A un agitar de pestañas que nos guíe, más todavía en el caso de quienes vemos el periodismo como un trampolín para, el rato menos pensado, orquestar un triple salto mortal y pegarnos el batacazo padre en la piscina vacía de los escritores sin padrino. Que ésa es otra.P. D. Se ofrece licenciado en Periodismo, experiencia estamos en ello, con un montón de historias en el disco duro de su ordenador a la espera de que alguien quiera encuadernarlas. Al bocata de calamares invita la casa (aplauso mediante).