Museos

El buen estado de la baranosa

La Razón
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Hay algo que conviene no perder de vista: el Museo Thyssen no es propiedad de la baronesa Carmen Thyssen, quinta esposa de Hans Heinrich Von Thyssen, sino del Estado español, que pagó, en 1993, 350 millones de dólares por 300 obras maestras, o no todas tan maestras. Si el AVE a Sevilla fue la gran obra pública de la era socialista, la compra de la colección Thyssen fue la cultural. Conviene también no olvidarse que el edificio que alberga la colección, el Palacio de Villahermosa, en el Paseo de Recoletos, no es el palacio donde vive la baronesa, ni es de su propiedad, sino de Patrimonio Nacional. Ella vive en una esplédida mansión de La Moraleja y, cuando le apetece, en otra al borde de un acantilado en Sant Feliu de Guixols, regalo de Lex Barker, Tarzán, su primer marido. El Palacio de Villahermosa fue restaurado por Moneo, a cargo de los presupuestos generales de estado, y ha seguido creciendo.

Entre las muchas virtudes de la baronesa, destaca la de haberse aficionado al arte, escuchar a sus consejeros y comprar siempre lo mejor, afición aprendida de su tercer marido. En muy poco tiempo hizo una importante colección, nada de «cromos», como mascullan los exquisitos: Canaletto, Renoir, Corot, Kandinsky, Gauguin (sí, compró el célebre «Mata-Mua» y su marido lo llevaba por corbata: todo sea por el «merchandising»). La colección se ha añadido a la del barón y para ello el estado –de nuevo ese estado al que la baronesa le pide que haga un túnel para que se alejen los coches de «su» museo– amplió el Palacio de Villahermosa: 38 millones más. Vamos sumando.

Conviene tener en cuenta que cuando Carmen Thyssen dice que ha prestado su colección –efectivamente, cedida hasta 2013 con derecho a compra– no nos está haciendo un favor. Es el estado el que se lo está haciendo porque conservar un colección de trescientas piezas, obras maestras, y otras no tanto, es muy costoso, en seguros, en seguridad y el cuidado que los profesionales del Museo Thyssen, funcionarios públicos, le prestan. ¿Las guardaría en Villa Favorita, a orillas de la lago Lugano? No. Ya no es suyo.

Conviene, en fin, saber que el estado acabará comprando su colección y que Carmen Thyssen amenazará con no venderla o con vendérsela a Esperanza Aguirre (al estado, se entiende) para instalarlas en el Palacio Goyeneche. Pero a mí lo que más conmueve de todo este asunto es su celo. No quieren que los coches se aproximen a «su» palacio y uno se pregunta: ¿Cómo podrá vivir el MoMA de Nueva York con obras maestra, sn estado alguno, en la calle 53, junto a una acera de tres metros y medio?