Terrorismo
El eslabón débil
Una peculiaridad sin equivalente hizo eludir a los hijos del 68 francés la deriva terrorista que se llevó por delante a una generación europea. Y, pasados los vientos de locura de final de los sesenta, casi todos pudieron retornar salvos a puerto. En Italia, como en Alemania, como en España, las mitologías de la lucha armada borraron cualquier futuro y enturbiaron la herencia racional de mayo: fueron los devastadores «años de plomo». En Francia, donde la escenografía revolucionaria había sido culminada por el 68, el salto al terrorismo no pasó jamás de ser, o bien acto retórico, o bien anécdota personal e irrelevante. Es esa excepción francesa la que amenaza quiebra en estos días. Y en la repuesta a esa amenaza se juega la entidad misma del modelo republicano, sobre el cual ha asentado su estabilidad la Francia de los dos últimos siglos.
Algo ha girado. Percibimos, de momento, sus síntomas. Inequívocos. Aunque puede que sea aún pronto para entender la complicación de datos que cruzan su simbolicidad en esta última semana. ETA acomete lo que hasta hace nada era impensable: planificar el público asesinato de dos agentes españoles en territorio galo. París, ayer, era sacudido por las bombas: una mujer muerta; cinco heridos. Y la difusa percepción de que los tiempos de la racionalidad política pese a todo, esos tiempos en los cuales algo ha retenido siempre la caída, aun en el borde mismo del precipicio, podrían iniciar su ocaso.
La acción de ETA es –para mí, al menos– un misterio. No comparto el irracional criterio de que las acciones del decano de los grupos terroristas del continente se rija por la improvisación del «donde y cuando se pueda». Es absurdo. ETA ha dosificado siempre sus operaciones, en términos de una lógica política feroz, pero nunca aleatoria. Si se excluía el asesinato explícito en Francia, era por un cálculo de logística sencillo: abrir dos frentes simultáneos es suicida para un grupo terrorista; el lugar de repliegue debe ser impermeablemente ajeno al lugar del crimen. Al planificar la emboscada de Cap-Breton –porque lo único inequívoco de ese doble asesinato fue su planificación, por más que mienta acerca de ello Rubalcaba–, ETA asumía una declaración de guerra contra la República Francesa. Justo en el momento en que al frente de ella hay un Presidente poco dado a negociación o enjuague. Ignoro cuál es el cálculo de ese envite. Sí sé –cualquiera que analice sabe– que revela un total trastrueque de estrategia; no de táctica. En la función que esa estrategia otorga a Francia.
La Francia de Sarkozy se asoma a tiempos difíciles. El largo ciclo abierto por el general De Gaulle se ha cerrado sobre una economía envejecida, una clase política putrefacta y un semillero yihadista fuera de control en las periferias musulmanas. La bomba estalló ayer en un edificio que alojaba el antiguo despacho de Sarkozy y el de la Fundación para la Memoria del Holocausto. Otros jugarán a engañarse. ETA no. Desde el 11S, ETA sabe cuál es la única línea de alianza en Europa. Y Francia puede ser el eslabón más débil. De una estrategia en tenaza.
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