Berlín
«El flamenco ha de moverse no se puede anclar»
El coronel Kurtz susurra, con el rostro de Marlon Brando medio sumergido: «El horror...». Quizá el horror sea también un hombre bailando desesperadamente dentro de un ataúd. Ese hombre es Israel Galván (Sevilla, 1973), el bailaor de moda, invitado por el Festival de Aviñón con la coreografía «El final de este estado de cosas, redux», un solo sobre la muerte y el apocalipsis con el que lleva dos años de éxito que tocan techo este sábado en una cantera de la ciudad de los papas. La pieza se verá después en el Festival de Otoño de Madrid (5-8 noviembre). En invierno pisará Roma y Laussane con «Tabula Rasa». Galván habló con LA RAZÓN desde Sevilla.-Enhorabuena, es el primer bailaor que llega a Aviñón, ¿no?-Creo que hubo un espectáculo flamenco, y nosotros somos los segundos. Pero nunca hubo un bailaor. A ver si no soy el último.-Supongo que han visto en usted algo que no habían encontrado en el flamenco habitual.-Contamos las cosas que pasan hoy en la sociedad a través del flamenco con un lenguaje actual. Los directores de programación buscan lenguajes diferentes.-Presenta un espectáculo oscuro, negro, que trata sobre la muerte. ¿Es pesimista?-No diría que es negro ni oscuro, pero nace en una muerte. Una alumna mía de Líbano le dedicó una coreografía al padre de una amiga que murió en un bombardeo de Israel. Ella creó una coreografía con el sonido de bombas que grabó desde su balcón. Yo le puse los pasos. Ahí comenzó todo. No sé si mis trabajos anteriores son pesimistas, pero la muerte siempre está muy presente. Y éste la toca de lleno.-Cuando le dijo a sus colaboradores que iba a usar un ataúd en su pieza, ¿pensaron que estaba loco?-Los amigos me dicen siempre que le doy a todo otra vuelta de tuerca. En este caso fue una historia que conocíamos: el padre de Terremoto de Jerez tenía un amigo en una funeraria que hacía compás y cantaba sobre las tumbas. Está todo inventado: sólo hay que rescatarlo.-¿Qué tal se baila en un ataúd?-Al fin y al cabo, es una madera. A mí, de chico, me ponían a bailar en los tablaos, que son de madera. Para mí es algo muy familiar. Pero el ataúd te marca el terreno, te corta las alas como bailaor. Y he sentido que sirve como psicoanálisis, te conoces más a ti mismo.-Siendo andaluz y flamenco, ¿no le da mal fario el ataúd y tratar tanto el tema de la muerte?-No. Si acaso, cuando he tenido que ensayar, me molestaba que mis hijos se pusieran a jugar dentro de las cajas... Pero es mejor tomarlo todo como lo que es. Los cantaores, que la mayoría son gitanos, lo han llevado muy bien. Al principio hubo muchas risas: entraban en el estudio y se encontraban dos ataúdes... Pero luego les perdieron el respeto y acabaron sentados en ellos como si fueran sillas.-Ni le pregunto por los puristas. Incluso la gente que suele hacer fusión, un flamenco más avanzado, están lejos de su trayectoria.-Mi relación con los puristas ha sido de tira y afloja. Al principio de mi carrera me ponían muy bien. Luego la relación se rompió un poco porque notaron que me tomaba mucha libertad. Ahora noto algo así como que no me aceptan pero ven mi trabajo como «correcto».-¿El éxito internacional cambia esa relación con ellos?-Los puristas están metidos en su mundo. Son muy localistas, no siguen la trayectoria de diferentes artistas, la difusión del flamenco, y puede que te traten incluso con más dureza. Cuando me dieron el Premio Nacional estaban con las pistolas cargadas. -Pero para llegar a su estilo hay que haber bebido mucho de los clásicos. Usted, de hecho, procede de familia de bailaores. ¿Sus referencias están en los clásicos?-Cuanto más salgo fuera y cuanto más riesgo corro, más cuenta me doy de que lo mío es el flamenco. Cuando viajo veo que, si hago un paso de danza contemporánea, soy uno más. Cuando soy alguien con algo que decir de verdad es a través del flamenco. Con el tiempo conoces más tu cuerpo, tienes mayor control de él, de la música...-¿Puede el flamenco sobrevivir en el futuro sin adoptar riesgos como hacen sus montajes?-El flamenco, como lo conocemos, simple baile, cante y guitarra, siempre va a estar ahí. Pero es necesario que no sea lo único, sino un arte que se mueva y no se quede anclado. Igual que la ópera o la danza moderna tienen libertad para abordar cualquier tema, como la guerra o el fútbol, el flamenco ha de estar integrado en la sociedad.-¿Con qué artistas le gustaría trabajar, flamencos o no?-Hay muchos. Pero mis preferidos están muertos. Bueno, me gustaría trabajar con Kazuo Ôno, que es mayor ya. Y con Manuela Carrasco, que es muy cercana y a la que admiro, y Manolo Sanlúcar.-¿Qué retos se plantea?-Aparte de esta pieza, sigo trabajando con otras. A Helsinki llevo «La edad de oro»; a Berlín, «Solo»; y sigo con «Arena» y «Tabula rasa». No puedo hacer algo precipitado, ha de tener una alimentación normal... Pero puedo adelantar que el tema de la muerte ha llegado al su fin.-¿Es el «final de un estado de cosas» para usted?-Sí, he dejado atrás una etapa. Al salir del ataúd en el espectáculo he resucitado para hacer otras cosas.
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