Historia
El Magnolio de Bergara
Este bello ejemplar capta la atención de nuestra mirada por sus inmensas flores, que además desprenden un inconfundible y fresco aroma, pero el Magnolio Grandiflora destaca también por el intenso verde de sus hojas, y por el brillo impecable de las mismas. Si a eso se une la casi perfecta simetría de su porte y su espectacular tamaño, en lugar de un magnolio cualquiera sabremos que estamos contemplando el Magnolio de Bergara. Destaca este árbol además por ser uno de los pocos ejemplares urbanos señalado como Árbol Singular. Declarado como Monumento Natural en 1995, alcanza la verja del Palacio de Monzón, muy cerca del juzgado y el Ayuntamiento de la localidad guipuzcoana. Allí, dicen, el señor de la Casa Monzón plantó este árbol al nacer su hijo hacia 1860, aunque no hay documentos que confirmen esta historia. En cualquier caso, su altura de 23 metros y sus 14 metros de diámetro de copa le han hecho merecedor de una fama justa.Tom Cruise y Julianne Moore llevaron el nombre de esta especie evocadora al cine, pero fue años después del éxito arrollador de otra película que contaba una historia de mujeres valientes, «Magnolias de acero». La realidad es que sus flores poseen un aroma mucho más sugerente que el de este metal, y su gran tamaño y su color blanco las convierten en un ejemplo de belleza. Pero no busque sus pétalos, porque no los tiene. En su lugar dispone de tépalos, un término que fue acuñado para referirse a este elemento intermedio. Antes incluso de que aparecieran las abejas ya existían los magnolios: por eso sus flores se desarrollaron de tal manera que pudieran ser polinizadas por escarabajos. Poseen así duros carpelos para evitar su deterioro. Se han encontrado especímenes fosilizados de M. acuminata con 20 millones de años, y se han podido identificar plantas pertenecientes a la familia Magnoliaceae que datan incluso de hace 95 millones de años. Pero a pesar de su edad, su nombre se debe a quien catalogó por primera vez una especie de este género, Pierre Magnol, un botánico de Montpellier. Y eso no sucedió hasta finales del siglo XVII, cuando recibió el ejemplar de manos de unos misioneros procedentes de Norteamérica. Y hasta un siglo después no sería catalogado –también encontrado en Norteamérica– el Magnolio grandiflora, que hoy nos ocupa. Desde entonces, ha sido protagonista de los jardines en los palacetes de nobles europeos y en parques públicos.
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