Cantabria

El paseo

La Razón
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En unos años, si los nacionalistas no lo remedian, Bilbao y Santander estarán unidos por un tren de alta velocidad que cubrirá la distancia entre las dos ciudades en veinte minutos. Como Madrid y Toledo, como ejemplo a mirar. Ese proyecto protagonizó el primer encuentro de un «Lehendakari» vasco y un Presidente de Cantabria. Territorios tan unidos y hasta ahora, tan lejanos. Pachi López y Miguel Ángel Revilla celebraron la esperanza regalándose anchoas, quesos y pimientos, y me parece muy bien. El sueño lo merece. No lo tendrán fácil. Desde las tierras vascas, que son de todos, los que se creen propietarios de ellas intentarán obstaculizar el proyecto. El nacionalismo no sobrevive si se supera la aldea. Los atentados contra la línea de alta velocidad Madrid-Bilbao y Madrid-San Sebastián, con paso obligado por Vitoria, se interpreta en el nacionalismo como un peligro. Es cierto que algunos dirigentes del PNV no se han opuesto frontalmente a su construcción, que ya ha costado algunas vidas inocentes, pero me quedo con la sincera expresión de angustia de un relevante dirigente en situación de supuesto retiro. «Los vamos a tener hasta en la sopa». ¿A quiénes van a tener hasta en la sopa? A los de fuera, a los maquetos, a los que niegan los inventados «derechos históricos» de los vascos, a los invasores de Madrid. Cantabria y Madrid representan lo mismo. Unión y España. También la vecindad territorial. Decenas de miles de vascos tienen su segunda casa en La Montaña. En Castro, Noja y Laredo viven numerosos «ertzainas», que han elegido para sus familias la tranquilidad que no pueden disfrutar en determinadas localidades amenazantes. Los montañeses, en su mayoría, no ven con buenos ojos la progresiva instalación de vascos en Cantabria, pero esa perspectiva cambiará radicalmente cuando se aperciban de que la gente buena, la normal y pacífica, es tan vasca como montañesa, y que Cantabria necesita de esa normalidad tanto como el País Vasco para escapar de su actual situación. Un buen vasco es siempre un buen vecino. Con Santander a veinte minutos de Bilbao se nublan muchos horizontes nacionalistas. Pierde sentido la obsesión de la diferencia. Los paisajes son similares, los valles parecidos, las costumbres semejantes, y la integración de unos y de otros, fuera de la coacción, la violencia y sobre todo del terrorismo, está asegurada. No hay dinero en el mundo que pueda impedir la culminación de la normalidad. Para ir y venir de Santander a Bilbao y viceversa, se invertirá el mismo tiempo que en recorrer en coche el tramo de la madrileña calle de Serrano que va desde Juan Bravo a la plaza de la Independencia. No puede existir un sentido nacionalista ante una realidad como ésta. Los vecinos de la Puerta de Alcalá nunca se han considerado independientes de los que viven en la calle de Juan Bravo. Veinte minutos es lo que se tarda, una tarde de fútbol de domingo, desde Cibeles al Estadio Bernabéu. Y a esto hay que añadir todas las ventajas económicas, sociales y turísticas que se producirían con la empresa culminada. En treinta años no se le había ocurrido a ningún dirigente nacionalista que Santander puede estar a veinte minutos de Bilbao. Es lo que distingue a unos y a otros. Que vuelvan Pachi López y Revilla a regalarse anchoas, quesos y pimientos, y adelante con la esperanza.