Elecciones andaluzas

El pisito

La Razón
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e todas las propuestas caciquiles, ninguna tan ingeniosa como la de aquel italiano candidato a alcalde que en la campaña electoral regalaba el zapato izquierdo, y tras obtener el voto, entregaba el del pie derecho para completar el par. El napolitano no sólo arrasó en las elecciones sino que dejó al pueblo pisando firme, gran contribución.

Las regalías existen desde que hay votos. «Si Romanones paga el voto a dos pesetas, yo lo pagaré a tres», dijo Maura ingenuamente, porque apenas tardó unos días el hábil Romanones en redoblar la oferta. Lo mismo que ha hecho Zapatero, ahora, aconsejado por Caldera y Sebastián, con Solbes otra vez fuera de juego: «Si Rajoy nos golpea en el hígado de la economía con su bajada de impuestos, nosotros doblaremos la apuesta como mejor lo hace la izquierda, tirando de chequera, 400 euros por contribuyente». Las pagas electorales son el mensaje más corto, el más bananero, el que antes llega al pueblo, dinero en mano, fruslerías para taponar la boca. Eva Perón, la reina del populismo, pillaba votos regalando lo mismo coca que pelotas de fútbol. E imitadores no le han faltado. A su manera, José Bono obsequiaba relojes, como Achille Lauro regalaba espaguetis y macarrones, cuando iba por los pueblos buscando apoyos. Menudencias desfasadas a la vista de cómo tenemos aquí y ahora el patio. Hoy, o el PSOE y el PP tiran por todo lo alto de la chequera, o no hay quien deshaga el empate de las encuestas. O cautivan el voto con abundancia, o esto no hay quien lo arregle. Nada de 400 euros. Propongo, y cedo la idea, que la regalía sea un pisito en la campaña con la entrega de las llaves a cambio del voto, tras el 9 de marzo. Como el napolitano de los zapatos, pero con más fuste y fundamento. Y verán como a partir de ahí todo serán ventajas: al ocurrente le regalamos la mayoría absoluta y nos concedemos cuatro años de relax, arreglamos el infierno de la vivienda, nos cargamos el ministerio todo disgustos de Doña Carme y, lo más importante, definitivamente entramos en el caciqueo del siglo XXI. Una apuesta por la modernidad. Y mi voto, ya lo anuncio, queda en el aire.